Guillermo Antonio Correa Montoya, que nos devela la historia de la homosexualidad en Antioquia en la segunda mitad del siglo XX, que bien podemos asimilar a numerosas poblaciones influidas por la colonización paisa, entre ellas las situadas al norte y centro del Valle del Cauca.
Es un decir popular que en nuestras poblaciones hay personajes notables, enumerando tradicionalmente al cura, al alcalde, al juez y al encargado de la seguridad ciudadana, sea militar o policía, pero se invisibilizan la loca y el bobo del pueblo que sin duda son protagonistas centrales de la historia pueblerina.
La investigación de Correa Montoya, parte de las propuestas literarias de Pedro Lemebel, “Tengo miedo torero”; José Donoso, “El lugar sin límites” y Jean Gente, “Santa María de las Flores”, para discutir, problematizar y reivindicar la figura de la loca, asumiéndola desde una perspectiva donde las palabras marica o loca no representen una ofensa sino por el contrario se consideren palabras “encarnadas en clave de resistencia y bofetada; son los nombres de la violencia social revertidos en arma, teatro y furia. Marica y loca son palabras habitadas con potencia y gracia, son lugares corporales reencan-tados con singularidad e insistencia”.
El libro por tanto resulta un homenaje “a las locas de los pueblos que se enfrentaron con toda su rabia y encanto, a las múltiples violencias religiosas, morales, sociales, culturales y políticas que atraviesan y configuran los pueblos en Antioquia”.
Y los pueblos de colonización antioqueña, añadiríamos sus lectores, que tenemos en nuestras manos un texto de exaltación a una osadía vivencial que la merece.