Podemos decir que la literatura contemporánea tuvo su origen en las últimas guerras de participación continental. El mundo abatido por tanto dolor, tanta miseria, tanta injusticia, tanta sangre derramada, esperaba con impaciencia un cambio, una actitud que le resolviese su desespero.
Y estética, artísticamente se desdobló en dos tendencias: una, la de enfrentarse con la tragedia misma en su perspectiva íntima y real, en su significación crítico, existencial y absurdo, y otra la de llevar el concepto de la “evasión” a su máxima dimensión e intimidad para rehuir, antagónicamente, toda responsabilidad, todo dolor, toda angustia.
Y es acá, donde encaja en ese momento y con proyecciones al porvenir del arte y, concretamente, de la literatura, el pretexto argumental del hedonismo, la sensualidad y el placer, llevados a la máxima ponderación: la pornografía, y la obscenidad, resueltos sin economía de lenguaje y de forma. Descarada y descarnadamente, como lo hacía un escritor fallecido en Cali.
Todo esto, pues, con el transcurrir de los años, dispuesto progresiva y gradualmente, para la imposición de una acción simple dirigida por la linia de mayor resistencia, estimula la producción de una literatura grotesca, enfermiza e inmoral, a veces, casi siempre antiestética.
La inversión de valores, pues, ha confundido el proceso de creación literaria; y ha creado nuevos parámetros. Si se mira con sensatez el panorama de la literatura contemporánea, veremos que no toda ella es auténtica desde el punto de vista estético y que la mayor parte de una literatura “contemporizadora” y “comprometida” con el apetito desordenado de unas generaciones a las cuales, poco a poco, se les ha cambiado – falsamente – el esquema de pensamiento y evolución.
Sin embargo, cuando de repente surge como un relámpago algún escritor que ante todo es artista y, por lo tanto, no hace concesiones al mal gusto, despacio va demostrando al mundo sus valores de verdad y belleza, tal vez con menos rapidez “utilitarista”, pero sí con más vigencia y perdurabilidad, para dar testimonio de una época en crisis, pero que también tiene sus valores, aunque muchos lo nieguen.
Para ellos estará la historia, mientras el olvido acompañará a los mercaderes del arte.