Crecimos escuchando que hay que trabajar mucho o ganarse la lotería para ser ricos, para muchos la riqueza se traduce en dinero, en cosas materiales, en lujos o en ausencia de pobreza. Jesús en una de sus enseñanzas mencionó que “es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de los cielos”, como si la riqueza fuese mala, pero quizás se refería a que los ricos de aquél tiempo no le daban uso adecuado a su riqueza.
Sin embargo, la nueva riqueza no es dinero, es la libertad y ese es el mejor regalo que le podemos dar a nuestra niñez, guiarles para que sean personas libres. Que tengan libertad de ser, de pensar, de elegir, de crear, de sentir, de expresar, de poder decir lo que realmente queremos decir sin miedo a lo que piensen los demás, que no nos importe lo que digan nuestros padres, nuestra pareja, nuestros familiares, nuestros amigos ni nuestro jefe, pero el mundo necesita de la hipocresía para congraciarse y mantener el equilibrio.
Hace unos días partió uno de mis mejores amigos por una neumonía que arrasó con su vida. Un ser genuino, disparatado, tan libre como quiso, pero abandonado por otra de las nuevas riquezas, la salud. Él sin saberlo me dejó muchas enseñanzas, a ser poesía, cuento, comedia e historia de terror; a que persigamos los estados máximos del alma, no dejemos nada para después.
Nuestra niñez debe aprender a escoger, a que no los perfilen ni encasillen, que suelten las etiquetas, que rompan las cadenas con las que las que otras generaciones crecimos, pues estábamos llenos de temor por salirnos del molde, por pintar fuera de las rayas, que elijan sus prejuicios si los han de tener (ojalá no), que formen su propio criterio, que aprendamos a no ponerle el alma a lo que no tiene corazón. ¿Y cómo? A través de la educación silenciosa, el ejemplo.
A mi amigo José que me endulzó la vida en tantos momentos con su amor, crueldad e irreverencia.