Como muchos médicos lo han señalado, es curioso que desde la aparición del virus que vuelve a poner en jaque al mundo, nunca se estableció un tratamiento médico orientado desde las organizaciones científicas oficiales, las mismas que establecieron las recomendaciones para evitar su contagio, y en primerísimo lugar la OMS que por el contrario se dedicó a satanizar cualquier información que alertara sobre las propiedades de una u otra sustancia que evitara la complicación de la infección en los pacientes afectados, y su desenlace fatal.
Algunos galenos alarmados por los estragos en víctimas que iba dejando la pandemia a medida que avanzaba por el planeta se dedicaron a estudiar y al aplicar alternativas en fármacos usados con éxito en similares ataques virales. Fueron estas voces aisladas en diferentes lugares de la geografía agredida por el coronavirus, los que finalmente dieron con remedios que evitaban que los pacientes afectados terminaran en las UCI, entubados y con pronóstico reservado.
Pero la oficialidad científica seguía paralizada, arguyendo que sólo la gestación de una vacuna podría poner fin a esta calamidad planetaria. Ya la tenemos. Y pensamos, que podríamos, literalmente, respirar tranquilos. Pero ahora resulta que se advierte que la vacuna no es suficiente para retornar a los días en que podíamos abrazarnos e invitar a bailar a la mujer de nuestros sueños, y que por el contrario debemos seguir con los mismos cuidados preventivos de la libertad condicionada.
Entonces la pregunta obvia, ¿para qué carajos sirve la vacuna? Si la misma no remedia el contagio, entonces los beneficios solo serán para los laboratorios que la producen, para los intermediarios que logran los compradores y para los gobernantes corruptos que se hacen a una buena tajada en el millonario negocio.
Mientras tanto, seguimos controlados y en condición de servidumbre que es el resultado de perder nuestro rostro.