Desde un tiempo reciente se vienen presentando hechos concretos que nos indican la decadencia de los valores y principios tradicionales que han sostenido por siglos la sociedad colombiana, por no decir casi a la mayoría del mundo y nos llama poderosamente la atención el principio de la autoridad totalmente tergiversado y vemos que la anarquía es la conducta predominante.
Basta con ver algunos ejemplos para reafirmarlo y es la desobediencia recurrente a las señales de tránsito y transporte, cuyo resultado inmediato es la accidentalidad con sus fatales consecuencias, pero nos impresiona es el enfrentamiento que se presenta con las autoridades si se trata de castigar al culpable, que para no aceptar su responsabilidad, insulta, amenaza y agrede al agente que lo amonesta y prefiere quemar su motocicleta, antes que obedecer y hacer caso a la ley y el orden.
Esta semana ocurrió algo que realmente nos sorprende y fue el homenaje que le rindió un grueso grupo de amigos a un presunto asaltante que había participado de un robo a una entidad bancaria y que las autoridades le dieron de baja durante los sucesos en la capital del Valle.
En otras palabras, tal parece que todo lo que va en contra de la ley ya no se está considerando delito ni mucho menos es condenable y la gente no teme arriesgar hasta su propia vida en este sentido, tal como se percibió durante el acompañamiento que tuvo el “homenajeado” en un abierto desafío a las autoridades de salud que advierten una y otra vez, sobre la necesidad de protegerse ante la presencia del Covid-19. Tampoco se puede entender, el porqué durante un paro nacional, algunos manifestantes siempre se enfurecen contra los medios de transporte, que son indiscutiblemente para beneficio de toda la población, especialmente para aquellas personas que no pueden movilizarse en forma particular y hasta ahora no se ha inventado alguna otra alternativa en ningún país del mundo.
No puede ser aceptable, que en aras de la lucha por la justicia social, se acabe precisamente con todas las herramientas creadas y construidas para alcanzarla de alguna manera, así sea paulatinamente, pues sabemos que existen muchos problemas sin resolver en un país que tiene bastantes riquezas y al mismo tiempo una calidad humana inigualable, pero no podemos echar por la borda la práctica de las buenas costumbres que nos han identificado a través de la historia.
Vivimos un tiempo difícil, complejo y aupado por los millones de mensajes en las redes sociales que también confunden a los receptores y siembran en las mentes actitudes que conducen al desafío de lo establecido y sin embargo nos atrevemos a afirmar que los referentes que tiene la sociedad influyen de gran manera en tales conductas, por ejemplo, el caso de la persona que arrolló a seis jóvenes y hace toda clase de malabares jurídicos para evitar ser condenado. Entonces, la gente comienza a pensar, ¿si “los de arriba” no obedecen, no son condenados, evaden la justicia, “porqué nosotros lo tenemos que hacer”?. Es un problema bastante difícil de resolver en una sociedad que está convulsionada y necesita con urgencia trazar nuevos caminos de cordura y sensatez, empezando por quienes aspiran a dirigir el país.