En algunas columnas anteriores me he referido al cambio climático, tema que cada vez se vuelve más apremiante, debido a los problemas que emergen de tal mutación, entre ellos: prolongadas sequías, escasez de agua, inundaciones… y disminución de la biodiversidad.
Esta última, conforme a reportes recientes ha disminuido tanto en las últimas décadas, que en la actualidad se habla de un aproximado de 42.000 especies que pueden desaparecer, hecho atribuible al cambio climático.
Así, el delfín de río está en peligro de extinción, debido a la contaminación; en los últimos 60 años; el caribú es otra especie amenazada por su dificultad para enfrentar veranos, cada vez más largos y calurosos.
“La actividad humana, el consumo de combustibles fósiles, la acidificación de los océanos, la contaminación, la deforestación… amenazan formas de vida de todo tipo. Se estima que un tercio de los corales, de los moluscos de agua dulce, de los tiburones y de las rayas, un cuarto de todos los mamíferos, un quinto de todos los reptiles y un sexto de todas las aves se dirigen a su desaparición”.
Esta contundente afirmación tomada del libro La sexta extinción (2015), de la periodista y premio Pulitzer Elizabeth Kolbert, es un resumen desgarrador de la situación actual de la biodiversidad natural.
Dicho texto ha convocado el interés mundial de los científicos, quienes se focalizan en la sexta extinción, dado que, según ellos, las cinco anteriores han ocurrido en los últimos 450 millones de años, debido a los meteoritos y a las erupciones volcánicas; en cambio la sexta extinción, es un asunto que compete al ser humano.
Ante esta problemática, la COP (Conferencia de las Partes), derivada del tratado multilateral suscrito por la mayoría de países de la ONU, evento que en esta ocasión se desarrolla en Cali, tiene mucho que aportar, en cuanto a la diversidad biológica y utilización sostenible de sus componentes.