En el año 2007, la laureada periodista canadiense Naomi Klein publicó “La doctrina del shock, el auge del capitalismo del desastre”, donde explica cómo el neoliberalismo no se ha impuesto por las enseñanzas de la “Escuela de Chicago”, sino por la utilización brutal de una amplia lista de terribles desastres mundiales, desde el golpe militar en Chile hasta el huracán Katrina, pasando por incontables catástrofes naturales, guerras, golpes de estado, desplomes del mercado o ataques terroristas, para impulsar medidas radicales, económicas, políticas y sociales, favorables a las grandes corporaciones, lo que suele denominarse como “terapia de choque”.
En nuestro país, dicha figura se manejó con mucho éxito para la llegada del Álvaro Uribe Vélez al poder, convirtiendo a la guerrilla de la Farc, en el monstruoso enemigo, causa de todos nuestros males. Resuelto el proceso de paz con la firma de los acuerdos de La Habana, la política guerrerista impulsada por Uribe perdió a su principal enemigo, pero, aun así, logró imponerse en cuerpo ajeno para la presidencia de 2018 a 2022.
A partir de 2018 una nueva ola de muerte y terror recorre nuestra geografía, sin que desde el Palacio de Nariño se resuelva la implementación del proceso de paz y el control militar de las principales zonas afectadas por dicha violencia sistemática, como son Norte de Santander, Cauca, Nariño y ahora el Valle del Cauca.
Es en el Valle del Cauca, donde recientemente han ocurrido dos terribles matanzas que involucran a inocentes menores de edad de diferente origen social, me refiero a la masacre de Llano Verde en Cali y a la masacre del corregimiento del Chambimbal en Buga, donde, asesinando niños, se ataca nuestra vulneralidad sin que se nos explique por alguna autoridad, de qué y por qué, debemos tener miedo. Lo que propicia la llegada de un salvador que busca, de nuevo, el hacer trizas nuestros derechos fundamentales.