Ese es el nombre en español de un filme sobre la invasión de USA a Irak en el que la historia gira alrededor de las acciones militares para acabar con los reductos de Sadam Hussein y hallar las ‘famosas armas químicas’ que nunca encontraron.
Pero bien podríamos utilizar ese título para no pocas poblaciones en nuestro país y algunas de nuestro hermoso Valle del Cauca.
Buenaventura, Tuluá, Jamundí, Cartago, Ansermanuevo, tal vez Buga y Palmira por momentos, podrían tener esa fatal denominación, ‘ciudad de las tormentas’: ocurre de todo.
Ahí están los hechos y, como siempre es nuestra costumbre, buscamos responsables, pues así debe ser, alguien tiene que poner la cara, pero no por ello ese funcionario es el único responsable de lo que pasa en su ciudad o departamento.
Hemos llegado en Colombia a un punto que pareciera de no retorno, en el que la violencia diera la sensación, además real y sangrienta, de que le ganó la partida a la institucionalidad.
Pero no sería justo, como tampoco lo es en Tuluá ni en los demás municipios de la comarca, echarle el agua sucia solamente al mandatario de turno.
Es como si no tuviésemos memoria. Como si Colombia antes del actual gobierno o los territorios antes de sus actuales alcaldes y gobernadores, hubiesen sido remansos de paz.
Tampoco quiere decir que no avancemos o nos echemos a las petacas.
Claro, los actuales mandatarios deben poner el pecho y a ellos es a quienes se les debe exigir resultados. Sin embargo, la única manera de cerrar esos ciclos es con medidas contundentes y estructurales y eso conlleva inversión, no solamente la mano dura, que en algunos momentos debe prevalecer, pero si no hay inversión social ni presencia institucional con proyectos reales, apague y vámonos, seguiremos perdiendo el año.
No sirven aquellas iniciativas que se montan con tanto aspaviento, con inversiones millonarias, gran cantidad de fotografías y videos pero que no impactan para bien y de manera profunda la realidad de los supuestos beneficiarios.