Por estos días, almorzando en casa de Yolanda Quintero Álzate y charlando sobre la escritora Irene Vallejo, sobre libros y bibliotecas, le pregunté por qué dicho establecimiento lleva el nombre de Daniel Potes Lozano, ya que Yolanda es una voz autorizada en la historia de nuestra Biblioteca.
Lo que me contó suele ser usual en las instituciones de cultura de nuestro país que acostumbran ser bautizadas con nombres que poco o nada tienen que ver con su misión o su actividad específica.
Lo cierto es que don Daniel Potes Lozano, por cláusula testamentaria, estipuló que su biblioteca sería donada a la Biblioteca tulueña, una vez su familia escogiera los libros que consideraran importantes para ellos.
Para cumplir con la voluntad testada de Potes Lozano, una vez falleció, se acordó con sus herederos que los libros se entregarían en la fecha en que sería destapado un oleo del donante, que como es tradición, se elaboran de los benefactores del centro cultural. Lo cierto es que, en la fecha acordada, se hizo público el retrato del supuesto donante, pero los libros nunca aparecieron.
Como en la entrada de la Biblioteca hay una placa con una serie de nombres que podrían hacer “justicia poética” y reparar el incumplimiento señalado, se me ocurre que el más idóneo y justo es el de Carlos Alberto Potes Roldán, quien se ocupó de manera juiciosa y gratuita de los planos de la edificación y de dirigir junto al ingeniero Vicente Pizarro la construcción de la misma, a solicitud expresa del gobernador de la época Humberto González Narváez, quien se había comprometido con doña Gertrudis Potes a realizar la obra en los escombros de lo que una vez quiso ser un hotel de turismo.
Por eso le solicito al señor alcalde John Jairo Gómez Aguirre y a los actuales concejales de Tuluá, producir un Acuerdo cambiando el nombre de la Biblioteca a Biblioteca Pública Municipal “Carlos Alberto Potes Roldán”.