Durante más de 24 años que estuve ejerciendo el ministerio sacerdotal, tuve la oportunidad de presenciar cientos de ceremonias en las cuales un hombre y una mujer se juraban amor eterno, amor para toda la vida, tal y como lo dice la misma palabra de Dios “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mateo 19,6). Sin embargo, con el correr del tiempo de convivencia de las parejas, pude constatar que esa premisa no era tan fácil de cumplir y que por el contrario muchas de esas parejas ya no estaban compartiendo su vida juntos, ya se habían separado.
Las razones son múltiples, siendo las más comunes el alcoholismo ( la que más matrimonios y relaciones de pareja acaba), la infidelidad, la incompatibilidad de caracteres, la falta de comunicación, en fin, muchas otras que hacen que la relación de pareja llegue a su fin.
Aquí entran en juego situaciones conflictivas bien serias como la sensación de soledad, la sensación de abandono que sufren los hijos, estados profundos de depresión que requieren acompañamiento de un profesional, sea un psicólogo, un sacerdote y hasta se acude a un psiquiatra.
Es muy importante que en medio de las crisis de pareja se busque ayuda. Los problemas de las mismas tienen solución. Es necesario crear espacios para el diálogo, la oración, el encuentro de pareja, dejando atrás la rutina y crear espacios para el reencuentro matrimonial.
La vida de pareja se fortalece desde la familia donde se nace, se crece y se adquieren valores fundamentales para el futuro. Es importante que nuestros jóvenes, que mañana formarán sus propios hogares, tengan ambientes adecuados de respeto, de comunicación, de valores que les permitan llevarlos a su propia vida de pareja.
Bien lo dijo el papa Pablo VI “la familia es la escuela del más rico humanismo y la escuela de los valores sociales y espirituales”. La vida de pareja no es fácil, pero los conflictos que se presenten tienen solución. Antes de separarse busquen ayuda profesional, busquen de Dios y todo llegará a buen puerto.