Aunque nunca se sabe quién escoge las tendencias de las noticias en Colombia, y mucho menos ahora que existen los promotores de ellas desde garajes de pipiripao, no deja de ser curioso que no nos hayan pretendido convencer que somos víctimas del humillante trato de los aranceles que decretó el impoluto presidente de los Estados Unidos.
El hecho de que dos de nuestros productos estrella, el petróleo y el café hayan sido sancionados con un arancel del 10% no parece preocupar ni siquiera a los cómodos exportadores de café de las trilladoras de Pitalito. Pero aunque los manejadores de la noticia no lo digan, algo nos convierte en sujetos humillados por el emperador gringo. El solo hecho de que se le haya impuesto un 46 % a los café robustas que exporta Vietnam, nos hace pensar que de refilón algo nos afecta.
Los tostadores gringos combinan el robusta, vietnamita o brasilero, con el suave colombiano y allí reside el negocio de esas procesadoras. Hasta qué punto el precio del robusta hará cambiar la ecuación de la que hacemos parte, lo deberían saber hace rato los antiguos mercaderes de la Federación, pero como a ellos se los comió el déficit de los futuros y quedaron tan castrados de ideas y métodos como las cooperativas que llevaron a la quiebra, ninguno da pie con bola ni siquiera en estos tiempos de la IA y de los algoritmos que todo lo averiguan en un flash.
Muy probablemente esta chupada de trompeta que le toca al café colombiano será una oportunidad de ampliar el mercado y mantener el alto precio que por meses ha logrado en NY. Pero los cafeteros dirigidos por Bahamón ni siquiera le han preguntado a Uribe, su patrocinador, para que los oriente. Y menos que van a proponer un agresivo plan de mercadeo para cuando se calmen las aguas. Parecería que nacimos para ser arriados como las mulas que cargaban el café.