Se dice que las relaciones de otrora eran más duraderas que las de hoy, y esa tautología se basa en una estadística que tiene millones de parejas que hoy envejecen juntas. La admiración que ellas producen en la sociedad es producto de años de resiliencia, perseverancia, y sobre todo, respeto y amor sin condiciones.
Los resultados de aquellas uniones hoy quizá son difíciles de replicar, porque tal vez las personas de la sociedad actual no están tan dispuestos a pagar el precio de dicha cultura, en ciertos momentos de la vida, en pro de la unión familiar.
Forjar una relación fuerte hoy implicaría valores y habilidades como: la paciencia para esperar a que las cosas se den, resistencia para aguantar cuando las cosas se pongan al rojo vivo, tan insoportables que solo se desee soltar todo, inteligencia para poderle dar forma a aquello que deseas lograr, fuerza para seguir adelante, y como dice el dicho popular: “a Dios rogando y con el mazo dando”, o sea, golpeando con determinación al destino para alcanzar las metas propuestas en pareja, sin darse por vencido, pero con fe en que se va a lograr algún día.
Al final del camino el resultado debería ser admirable; sin embargo, lo que se percibe en la cultura contemporánea es que a la primera o segunda oportunidad que hay problemas, cada quien se llena de motivos para renunciar y agarra su propio camino.
Lo que va en contra vía de las finanzas; ya que cada vez que se vuelve a intentar una relación de cero, se reinicia el proceso; lo que obliga a perder todo lo invertido. A esto se le llama: el costo de oportunidad, en una de sus formas. Lo mismo aplica para las empresas.