Con razón afirma Carlos Granes, en ese indispensable libro “Delirio Americano”, publicado por Taurus en el año que corre, que la historia poscolonial de América Latina siempre ha fluctuado entre una ideología autoritaria cercana al nacionalismo, de corte cooperativista en lo social y económico, es decir una corriente de pensamiento afín al fascismo, pero disfrazado de nacionalismo americanista, con tendencia antiimperialista y reivindicativo de los valores telúricos y ancestrales, y una postura de nacionalismo de izquierda, también anti imperial, pero más abierta al cosmopolitismo, con un gran contenido caudillista, afirmado en postulados mesiánicos, nacidos en la intuición y en la voluntad del dirigente supremo.
Esta permanente negación de la democracia, vista por ambos extremos como perjudicial para el gobierno de los territorios latinoamericanos, solo ha tenido momentáneos fulgores de un ejercicio cabal de los derechos constitucionales que informan estas repúblicas.
Los ejemplos abundan, baste recordar en Colombia los recién cuatro años de gobierno uribista, propiciado por su incondicional Iván Duque Márquez, quien pretendió copar el Estado con todos sus amigotes y áulicos para instaurar un régimen similar al chavista, que decía aborrecer.
Elemento esencial para lograr a plenitud este modelo dictatorial es llevar al país en cuestión a un grado de confrontación tal, que pareciera que los contradictores son enemigos irreconciliables.
La mejor manera para buscar mejorar esta situación de ruptura es lograr un objetivo común de trabajo en equipo, en que unos y otros se comprometan a lograr metas concretas.
Por ello, el nombramiento de José Félix Lafaurie en el equipo negociador de la paz con el ELN, es un acierto político que inicia un verdadero espacio de diálogo entre dos corrientes ideológicas antagónicas. Vamos hacia las Paz Total.