Se cumplió una versión más de la Copa América, evento realizado en territorio carioca, que coronó como campeón al seleccionado de Argentina. Dado el poderío del equipo local, que no había conocido la derrota durante un buen recorrido de partidos jugados y debido a que la final se escenificó en su propio reducto, se esperaba que sería el llamado a levantar el trofeo. Por ello, el triunfo de los gauchos en esta justa constituye un segundo “Maracanazo” como han manifestado algunos analistas, ya el primero había acontecido cuando Uruguay le ganó al Brasil el campeonato mundial de fútbol en 1950 en el mítico estadio de Maracaná, escenario donde esta vez se celebró la final de la Copa América. En cuanto a dicha final, no puedo decir que haya sido una exhibición de fútbol depurado; más bien, se observó una tendencia deliberada a interrumpir el juego, cuando un jugador caía a la grama como resultado de las faltas, algunas cometidas a propósito y otras derivadas del mismo desarrollo de las acciones. Esta pérdida de tiempo por lo general la promueve el equipo que va ganando el partido, como ocurrió en la mencionada final. Por ello, pienso que así como se ha ampliado el número de jugadores que se pueden relevar en un encuentro y así como también se ha introducido la ayuda del VAR para clarificar las decisiones que se deban tomar frente a jugadas dudosas, sería conveniente pensar en expedir algunas normas para contrarrestar la referida pérdida de tiempo, puesto que ésta le hace daño al espectáculo del balompié. En este sentido, se podría establecer que cuando un jugador caiga al piso debido a una falta o cuando se sienta enfermo, si éste no se incorpora de manera inmediata al juego y en su defecto hace gestos exagerados de dolor, sería retirado rápidamente a la pista atlética para recibir asistencia médica y habilitar de este modo la continuidad del encuentro. En este caso, el futbolista tendría que esperar 10 o 15 minutos para poder ingresar de nuevo a la cancha, durante este lapso no habría lugar para designar su reemplazo. Con esta norma se frenaría esa práctica de “fingir” lesiones cuando éstas no existen, pues llama la atención ver en algunos partidos que cuando un jugador es llevado en camilla a la pista, éste se levanta con celeridad y pide su reingreso al juego. Desde luego, si en efecto ocurre una lesión severa, el afectado debe ser retirado de la cancha y su sustituto ha de ingresar de inmediato al terreno de juego.