Comparto el imaginar con el señor Borges de que el paraíso sería algún tipo de biblioteca, un lugar mágico lleno de muchas cosas que se han dicho y otras que no se dirán jamás.
Hace algunos años leer era algo tan primordial, que no se limitaba a un privilegio, por el contrario, estaba al alcance de todos, tal vez no en la misma medida, pero era curioso el saber que la mayoría buscaba la más remota posibilidad para dar con un cuento corto, un telediario, una buena novela o una enciclopedia del otro lado del mundo.
Leer era prioridad, saber y conocer, para imaginar y comprender; sin embargo desde hace unos años -y no con la total culpa, depositada en la tecnología-, leer se convirtió en una actividad aburrida.
¿Por qué convertimos los viajes alrededor del mundo en una interminable pesadilla? Porque así lo ven, por ejemplo, muchos niños que hoy en día carecen de la motivación de abrir un libro.
La gente ya no lee, y lo interesante es que otro problema que parece motivar esto, es el costo de los libros, y no impide leer, porque existen herramientas para acceder a dichas lecturas, el palpar una hoja de papel se ha vuelto un lujo y al mismo tiempo, se da un debate entre pagar lo que vale o buscarlo a través de otros medios.
Incluso los periódicos se ven perjudicados, nos limitamos a la prensa digital y calificamos de ambiguo un buen periódico.
Los beneficios de leer son muchos, más allá de lo que podamos aprender de su contenido, es posible adquirir habilidades para leer y escribir correctamente, ampliaremos nuestro repertorio conversacional y seremos más críticos, en un sentido excepcional.
Y muchas personas, escépticas respecto de la lectura afirman que leer provoca perjuicios terribles a la razón, sin embargo, como dijo Miguel de Unanumo: Entre menos se lee, más daño hace lo que se lee.