En definitiva se entronizó en el país la costumbre de buscar el camino más rápido para conseguir cualquier objetivo y se introdujo un ingrediente más peligroso que es la “comisión”, la “coima”, ”el ají”, “como voy yo”, entre otros, con el fin igualmente inmoral, de lograr lo deseado.
Es así como desde una simple fila para cancelar un pago de un servicio público en un banco, aparece la persona a quien todos le ofrecen una cantidad de dinero para que haga la cola en su lugar, hasta los altos ejecutivos de sectores público y privado, que reciben u ofrecen la “comisión” respectiva relacionado con la compra o el contrato a efectuar.
Y entonces, se compran autoridades de los tres poderes que existen, nadie se escapa al soborno, padrinazgo y el amigo de mis amigos; todos los colombianos somos testigos de la corrupción que ha permeado las instituciones hasta la médula de los huesos y se explica que los candidatos al unísono, prometen en sus campañas que lucharán en su contra, con todas las armas jurídicas que permite el mismo Estado.
Lo que ignoran o se hacen los de la vista gorda, es que no pueden hacer nada, salvo lanzar promesas inocuas, porque el cáncer está en el Congreso de la república y es allí donde no aprobaron en este cuatrienio la ley anticorrupción y se teme que jamás habrá quorum suficiente para incinerar esta tenebrosa enfermedad moral y arrancarla de raíz, de tal manera que los recursos públicos, de verdad, se conviertan en sagrados y por lo tanto, intocables ilegalmente.
Es una tarea descomunal, que por lo mismo, requiere esfuerzos gigantes de hombres y mujeres con nuevos principios, con una visión respetuosa del Estado, que no busquen saquearlo, sino más bien, robustecerlo a través de un trabajo honrado, honesto y responsable.
Cuando se roban los recursos públicos, se está asaltando directamente a la comunidad en general y en consecuencia es prioritario acabar de una vez por todas, con la malhadada costumbre de afirmar y aceptar que “fulano de tal roba, pero hace obras”. Esta actitud no puede continuar prevaleciendo tanto en el sector público como privado, antes por el contrario, es urgente cambiar radicalmente esta mentira generalizada.
Hay que ver los que llaman “elefantes blancos” a lo largo y ancho del territorio nacional, es una vergüenza, es algo increíble y repudiable.
No se puede continuar en la aceptación, también generalizada, de que “la justicia es para los de ruana”, el último escándalo de un recluso que se paseaba libremente por las calles bogotanas, es francamente un desafío protuberante a la ley y a la democracia.