Debemos reconocer que la capital del Valle ha resurgido de las cenizas al contemplar la innegable fiesta en que se ha convertido la Conferencia de las Partes, COP16, en donde se discute la participación de los países en actos concretos que permitan la defensa de la biodiversidad y el cambio climático, por lo menos, no se convierta en una seria amenaza latente para el mundo.
Desde el punto de vista cultural, Cali echó la casa por la ventana, grandes espectáculos reflejan la vitalidad de los pueblos afrodescendientes, ignorado por siglos, tal como ocurre con los ancestros indígenas, que ahora se muestran igualmente emergentes, poseedores de saberes innatos, de una riqueza cultural arraigada por siglos y transmitida de generación en generación.
De otro lado, desde el punto de vista económico, creemos que los estimativos serán superados con creces, la hotelería está copada, los visitantes propios y extranjeros inundan las calles y avenidas de la zona Verde, se regocijan con la inmensa muestra de creatividad de todos los habitantes del país, se conjugan en un mismo espíritu las poblaciones, cuyo pensamiento único y actual, es la defensa de la biodiversidad de la región Pacífica, que significa la vida misma de la humanidad.
Esta fiesta luminosa, es un campanazo de alerta, para dar a conocer al mundo, que todavía se puede hacer un alto en el camino, y repensar la modalidad de producción de bienes y servicios, sin acabar con la misma naturaleza que los da en abundancia y sin medida.
Es imprescindible reflexionar sobre los intereses de los grandes empresarios, los gigantes que mueven la economía mundial, cuyos representantes están presentes en esta convocatoria para que no tengan otro interés, sino el buscado en los mismos objetivos desde la primera reunión de 1995.
La COP 16 no se limita a debates sobre el medio ambiente, sino a negociaciones pragmáticas en las que el control de los recursos naturales se juega a gran escala. Estamos avisados sobre la próxima guerra mundial, que no es otra que la del agua, esta reunión puede convertirse en una amenaza para la soberanía de los recursos naturales en países en desarrollo como Colombia.
Nuestra inmensa riqueza en biodiversidad atrae la atención no solo de los defensores del medio ambiente, sino de aquellos con intereses económicos ocultos bajo el discurso del desarrollo sostenible y el riesgo para nuestro país es real en cuanto que grandes empresas y ONGs ven hoy una oportunidad para consolidar su poder sobre territorios y riquezas naturales, ya que la COP 16 no es inmune a las dinámicas de poder que rigen la política y la economía mundial.
Por lo tanto, nos podemos acercar al gigantesco evento verde, no solo para quedarnos en las apariencias, sino que, profundicemos sobre el control de los recursos naturales que puede ser la clave para la supervivencia futura.
Al mismo tiempo, debemos abrir el debate, sobre los beneficios que para el Centro y Norte del Valle tiene actualmente y el futuro la COP 16 y tomar muy en serio la obligatoriedad de cuidar el planeta, cada uno desde su entorno, su casa, su calle, sus parques, en otras palabras, tener sentido de pertenencia por el sitio que nos vio nacer y crecer.
Y finalmente, hacemos un llamado de atención, para que este momento de sana alegría “verde” sea para Cali el despertar permanente de su tradicional civismo que otrora le dio renombre internacional, como la “sucursal del cielo”.