La Navidad llega cada año como una pausa necesaria. Es un tiempo que invita a bajar el ritmo, a volver al hogar, a reencontrarnos con quienes amamos y a cerrar ciclos. Aunque la violencia sigue siendo una realidad que golpea a muchos sectores de nuestra región, diciembre también representa una oportunidad para cambiar el rumbo, para elegir la vida, la convivencia y el cuidado mutuo.
En medio de un año complejo, marcado por dificultades económicas, tensiones sociales y cansancio emocional, la Navidad ofrece algo que no se compra: la posibilidad de reconciliarnos con la familia, con los vecinos, con los amigos e incluso con nosotros mismos. No es tiempo de rencores ni de intolerancia; es momento de escuchar, de pedir perdón, de abrazar, de reconstruir la confianza y de recordar que la convivencia empieza en casa.
Esta época no debería vivirse con desorden ni con excesos. Las calles no son un campo de batalla ni un escenario para la imprudencia. Celebrar no es perder el control, ni manejar sin responsabilidad, ni discutir con violencia.
Cada decisión que tomamos en diciembre puede marcar la diferencia entre una Navidad en paz o una tragedia que nadie desea. Por eso, decir no a la pólvora es parte fundamental de ese compromiso con la vida. Durante años se ha insistido en que la pólvora no es juego, no es tradición y no es alegría cuando deja niños quemados, adultos heridos, animales afectados y familias marcadas por el dolor. La verdadera celebración no estalla ni hace daño; se vive con respeto, conciencia y cuidado.
La Navidad también es una oportunidad para el comercio local y para la solidaridad cotidiana. Cuando las familias salen a compartir, a recorrer la ciudad, a comprar regalos y alimentos, se activa una cadena económica que beneficia a comerciantes formales e informales, emprendedores, pequeños negocios y trabajadores que dependen de esta temporada para sostener sus hogares. Comprar en lo local es una forma directa de apoyo a nuestra propia gente y una manera de fortalecer la economía regional.
Una región que vive la Navidad con tranquilidad, iluminación, eventos familiares y espacios seguros no solo dinamiza la economía, sino que fortalece el tejido social. Las calles llenas de familias, niños y adultos mayores son una señal de confianza, de comunidad y de esperanza compartida. No se trata de desconocer la realidad de la violencia, sino de apostar por algo más fuerte: la decisión colectiva de vivir una Navidad distinta, donde la familia sea el centro, la reconciliación el propósito, la vida el límite y el respeto la norma.
Las autoridades tienen una responsabilidad ineludible en prevención y control, pero la responsabilidad también es social e individual. Cada decisión cuenta. Cada acto de tolerancia evita una tragedia. Cada gesto de autocontrol puede salvar una vida.
No hay celebración que justifique una vida perdida. No hay tradición que excuse el dolor. La Navidad debe ser un pacto colectivo por el respeto, la reconciliación y el cuidado mutuo. Celebrar con conciencia no es una opción: es una responsabilidad con la familia, con la comunidad y con la vida.










