En las facultades de muchas universidades -o en la educación en general-, en contadas ocasiones se ha visto una gran debilidad en la práctica útil de los conocimientos adquiridos en las aulas y es de notar que los estudiantes que tienen dominio de las herramientas que aterrizan los libros a la realidad, han adquirido sus habilidades por haber comenzado a trabajar, investigar o emplear con prueba y error lo aprendido.
La reestructuración de las metodologías educativas es necesaria, pues muchos no tienen la oportunidad de aprender fuera de las aulas. Y es hasta particular escuchar la expresión: Jum, esa cantidad de “abogados, médicos, contadores, entre otros” que salen de la universidad y qué poquitos los que ejercen bien”.
Si bien el aprendizaje autónomo es un elemento fundamental en la educación superior, es necesario recordar que la experiencia de veinte años del docente no se transportará divinamente a un grupo de jóvenes -aunque es claro que es un trabajo de dos vías, a falta de interés la práctica enseñada es completamente insulsa.
Ahora, para los jóvenes casi profesionales, sacarlo de la teoría a la práctica no sucede de la noche a la mañana, requiere un arduo proceso y una formación impecable que combina subjetividad, ética, preceptos y reglas, y aunque en ocasiones el sistema educativo no esté diseñado para que entres en acción, esto no te exime de ser aquello para lo que te estás formando ¿no crees?
El saber algo de memoria o sacar las mejores notas por haberlo puesto en un papel al pie de la letra no te garantiza ser aquel profesional héroe de una situación demandante, nada ganas con conocer la receta sino integras cada ingrediente como corresponde. Repite, aprende, aplica, replica y enseña.