Este 9 de abril fue el Día de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado en Colombia, así que voy a hablar de lo que considero la mejor metodología, apuesta política, y propuesta de mundo, para hacer frente a nuestra guerra: escuchar.
¿Qué pasa cuando lo que escuchamos es doloroso, cuando ese ser que narra va y viene por distintos lugares de su historia personal y la del país, que en últimas es también tu historia? ¿Quieres escuchar tu historia? No saber escuchar es no saber escucharte.
Se trata de salir de ti mismo, y decir con todo lo que eres: aquí estoy. Y saber que esa verdad desconocida a la que te vas a enfrentar puede traspasarte, conmoverte y hasta transformarte; es lanzarte a la incertidumbre del encuentro humano, y descubrir cómo esa persona es vulnerable, la villana y la heroína de su propia historia.
Para curar un país, si es que eso es posible, es indispensable entender, y en el nuestro debemos admitir que no nos sabemos sin la guerra, ni siquiera nos imaginamos vivir de otro modo; y considero que es el acto creativo que nos convoca: imaginarnos otro modo de vivir con las personas que han hecho y vivido nuestra guerra tomemos como referente los Encuentros por la Verdad, de la Comisión de la Verdad.
¿Y luego? ¿Cómo tomar lo que se sintió, vivió y supo, para crear un nuevo país? ¿Qué tipo de país crean quienes escuchan y quienes se atreven a contar? Uno que desconocemos porque está por construirse.
Encarar un país desconocido nos compromete a utilizar todo lo aprendido en el acto de escuchar: ir al Otro en su Otredad, saber las muchas realidades de un país lleno de matices, los encuentros, aceptar y vivir la incertidumbre, la vulnerabilidad y la humildad; pero sobre todo, desaprender el hábito de reducir al Otro a cosa.
Escuchar, ese acto simple y cotidiano, nos entrena para el país por venir.