En contadas ocasiones hemos tenido la oportunidad de escuchar situaciones de otras personas que se han cruzado en nuestro día en cualquier contexto en el que podamos encontrarnos. Accidentalmente o a propósito, nos hemos quedado con la parte de una historia que no nos pertenece, si bien somos personas sociales por naturaleza, es claro que eso no nos da el derecho de hablar con todos de cualquier cosa, especialmente usar circunstancias personales de amigos, conocidos o desconocidos como tema de conversación elegido. Lo mismo sucede cuando alguien nos confía algo, nos separamos de un grupo para escuchar con atención algún problema que aqueja o una oportunidad que se recibe jubilosamente, sea entonces bueno o malo, debemos guardar el asunto como si de secreto profesional se tratara. Los fragmentos de una historia son un tema, unidos son una plática y contados a cada persona que encontremos, solo para poder tener algo interesante –por ser ajeno- que conversar se convierte en un chisme o bochinche.
Escuchamos a diario expresiones como “Contame pues ese chisme” o “Decime bien cómo fue”. Si bien se ha considerado equivocadamente como una cultura popular, el chisme es una de las más incómodas, imprudentes e impetuosas de las situaciones, nadie merece estar en el centro de una comidilla o tertulia de mal gusto a la que no fue invitado, se habla de incomodidad debido a que, desde luego, se trata de información que fue conseguida escuchando de lejos, obteniendo variedad de versiones con diversidad de variaciones. La cultura social, aunque existente por décadas, requiere ser saneada, y que aquel tema de conversación que se centra en una persona, sea asunto de quien permita que hablen de ello; tomar conciencia de lo que las demás personas están pasando mientras transmitimos información que ni siquiera tomamos por cierta, buena o necesaria -como nos lo enseñan los tradicionales tres filtros de Sócrates-, una persona que puede estar tan lejos como en otra ciudad o tan cerca como en nuestra propia casa, está sintiendo como su persona e intimidad es infamada. Tal vez solo cuando nos suceda a nosotros entenderemos que unas de las armas más hirientes son las palabras cargadas de irreflexión, vagas intenciones y malos entendidos que pueden dejar a alguien bajo el reflector de una difícil historia tergiversada.