Esa es la palabra de moda por estos días, el cambio, pero no hago alusión a temas políticos locales ni regionales ni mucho menos nacionales. Ya llegará el momento de decidir.
Hago alusión y referencia a ese término que siempre que va a concluir un año e iniciar otro utilizamos, sea mentalmente o a viva voz, expresándolo a viento y marea para anunciar o desear un cambio que casi siempre nunca llega.
Decimos, desde el primero empezaré a trotar, dejaré de comer tal cosa, no comeré en las noches, voy a dejar el mal genio; dejaré de ser infiel, empezaré a ahorrar… en fin.
Algunos, muy pocos lo cumplen. Porque son propósitos que se hacen a la luz de las emociones y no de la convicción propia. Porque si tenemos convicción, el cambio que nos proponemos es ya, es ahora, no necesitamos esperar a que inicie un nuevo año o a que comience una nueva fase de la luna. Para nada.
Si realmente queremos un cambio para nuestra sociedad, para nuestro municipio, debemos empezar por cambiar nosotros mismos. Si usted desea mejores réditos familiares, que su hogar sea un remanso de paz, empiece por darle espacio a la oración (La Palabra), que sea ella el pilar fundamental sobre el cual se edifica su casa. Los resultados no se harán esperar.
Suena paradójico y causa hilaridad y es motivo de memes y de chistes todo lo que tiene que ver con ese tipo de propósitos, de promesas que no se cumplen.
Los cambios efectivos empiezan en nuestro interior, es de adentro hacia afuera. Pero si seguimos con el mismo comportamiento, con la misma actitud hacia la vida, ¿cómo vamos a pretender que esta nos mejore? Es ilógico siquiera pensarlo.
Y le agregaría, para cambiar se debe estar convencido de qué es lo que se quiere, de cuál es el objetivo que se persigue. El cambio por el cambio, no existe. En la vida todo tiene un propósito, el nuestro es Dios, su Palabra y el ejemplo que nos dio a través de su hijo unigénito (Juan 3:16).