Conocí a Fernando Ortega, (1960-2022), en 1997 cuando me buscó para mostrarme los primeros números de su mensuario “Cali Cultural” que había comenzado a publicar un año antes, fruto de su experiencia como egresado de la Sorbona de París y de su vivencia europea.
Le preocupaba la poca difusión que le daban a las actividades culturales los medios periodísticos tradicionales, así como la ausencia de columnistas, que, con espíritu crítico, opinaran sobre el acontecer de dicha actividad en el Valle del Cauca.
Su gesta, proponía un medio mensual de distribución gratuita, que recogiera todas las actividades de arte y cultura de Cali y la región, e invitara a escribir en dos páginas editoriales a quienes él consideraba ´podían aportar a la formación de un público con criterio y mejor gusto estético frente a las propuestas ofrecidas por los creadores de las diversas disciplinas artísticas». Y, desde luego, comentarios y evaluaciones, sobre la tarea que los entes públicos y privados de apoyo a dichas actividades cumplían o no en Cali y en el departamento.
Me interesó vivamente dicho proyecto y por fortuna tuve la oportunidad de apoyarlo sin restricciones a mi paso por la Gerencia Cultural del Valle, durante el mandato de Gustavo Álvarez Gardeazábal, y una vez terminada mi labor como funcionario cultural, vincularme activamente con la publicación, como columnista permanente, hasta el cierre de la misma.
Esa labor mensual de colaboración con “Cali Cultural”, me permitió una relación de amistad con su director, con quien, por lo menos hasta el 2017, cuando Fernando fue objeto de varios homenajes, fue cercana y constante.
La muerte de Fernando Ortega, debe ser un llamado a construir una memoria cultural que en verdad recoja los diversos sucesos que el pueblo vallecaucano, a través de sus artistas e intelectuales, le han aportado al desarrollo creativo de la región. Ese, al fin y al cabo, era su sueño.