Resulta agradable ver y escuchar los testimonios de los comerciantes, emprendedores y de las autoridades en general hablando de lo bien que les ha ido con la COP 16, un evento que los caleños de antaño comparan con el boom de los Juegos Panamericanos de 1971 y que le dieron a la Sultana del Valle el título de la Capital Cívica de Colombia. Los caleños y los vallecaucanos nos merecíamos un evento que nos sacara del ostracismo y el oscurantismo en el que nos habían metido.
Ahora la consigna es lograr que esa flama prevalezca y se mantenga.
Más allá de lo pactado en la Asamblea General y de la agenda que se trace como política ambiental para el planeta, el evento que hizo que el país y el mundo pusieran los ojos en el Valle del Cauca por dos semanas, debe ser el punto de partida para construir una nueva sociedad, un territorio distinto y nuevas y mejores oportunidades para todos y ante todo es una prueba fehaciente de que estamos en capacidad de liderar grandes eventos de índole social, político o deportivo.
Es menester, justo y necesario reconocer el interés que al tema le pusieron el presidente Petro y su equipo de trabajo, la decisión y perrenque de la gobernadora Dilian Francisca Toro y del alcalde Alejandro Eder, a quien la COP le llegó como una máscara de oxígeno ante la poca empatía que genera entre sus gobernados.
Los tres mandatarios, a pesar de las diferencias políticas, demostraron que cuando todos remamos al tiempo y sincronizados se pueden lograr objetivos en beneficio del gran conglomerado social que está harto de las rencillas y las discusiones bizantinas que no conducen a ningún lado.
Gracias hay que darle a la COP 16 por el legado que nos deja, ojalá que cuando se apaguen los reflectores y el bullicio del bulevar del río vuelva a ser el mismo no olvidemos lo aprendido y sigamos agarrados de las mechas y trenzados en peleas que nada nos aportan como sociedad.
Es mi deseo que este Encuentro de las Partes nos haya dejado sembrados como semilla fértil en la gran Zona Verde.