De acuerdo con la definición de la Real Academia de la Lengua, estadista es una persona con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado y se le podría agregar que tiene como virtud adicional aparecer en los momentos más difíciles con soluciones capaces de apagar el fuego suscitado en medio de alguna crisis.
Por esa razón, el miércoles cuando desde muy temprano se anunció la intervención del presidente Gustavo Petro, guardé la esperanza de encontrarme tras la pantalla al Jefe de Estado que con sapiencia nos iba contar a sus gobernados que tenía la solución al paro de transportadores, minimizado al extremo y llevado al escenario que a él le encanta al encasillar la protesta entre transportadores ricos y pobres.
Pero rápidamente esa imagen que mi mente había idealizado se desvaneció, pues apareció en la pantalla la figura de un hombre que luce cansado, venido a menos físicamente llevando un papel en sus manos que, según su propia expresión, contenía algo muy grave y que tras leerlo en su tono cansino y con poder de somnífero me dejó triste y desconcertado.
Tras esa alocución sentí que una vez más el mandatario le dio la razón a sus críticos y puso a rodar otra controversia que no se sabe a dónde vaya a parar y por la que nos tocará esperar un buen tiempo para que la Fiscalía de a conocer los resultados de las investigaciones y diga nombres y empresas que están detrás del espionaje contratado con una firma israelí por una cifra astronómica y pagada en efectivo al mejor estilo de las “bolsas” que se hicieron famosas en campaña.
Es una lástima que ya entrando en la recta decisiva de su tercer año de mandato el presidente Petro siga dando tumbos, gobernando desde su cuenta de X, cazando peleas con todo el que piense contrario a él y alejándose cada vez más del pueblo que fue a las urnas para apoyarlo y que ve como, más allá de algunos logros puntuales que se cuentan en los dedos de las manos, el país sigue dando vueltas y vueltas como corcho en remolino.