Hace unos días una madre de familia me escribió a mi línea WhatsApp para contarme el dolor que le embargaba, pues su hija, que por demás es su única razón de ser la había denunciado ante la Comisaría de Familia, tras haberla reprendido por no haber hecho nada mientras ella terminaba un turno de 48 horas al cuidado de un paciente, adulto mayor en una clínica de la ciudad.
Pero más allá de los sentimientos que la embargaban, la mujer que ha hecho lo posible para que a su retoño no le falte nada, le indignó que el encargado de dirimir el conflicto no solo le dio la razón a la menor, sino que conminó a su progenitora para que se alejara de ella durante tres meses.
Tristemente esa es la realidad de nuestro país con unas normas que le quitaron la potestad a los padres de reprender a sus hijos y que elevaron a la categoría de “maltrato” un pellizco o el famoso chancle-tazo, patrimonio de los papás de antes.
Esa pérdida de autoridad en los hogares es en buena parte la causa del declive que hoy afrontamos como sociedad y un combustible que está llevando a los niños y jóvenes por el oscuro camino de las drogas y otros males, pues ya los papás perdimos el legítimo derecho de reprender con fortaleza (no con violencia) a nuestros hijos, por cuanto corremos el riesgo de terminar en embrollos judiciales.
Es necesario que los encargados de un tema tan espinoso como este, actúen consecuentemente y emitan fallos acordes con la realidad y no dejándose llevar por el apasionamiento irracional de aplicar normas que hace rato van en contravía de los conflictos sociales.
Como padre de dos hermosos hijos, por los que estoy dispuesto a dar mi vida si fuese necesario, me solidarizo con esta madre tulueña separada de su hija por un fallo judicial que al leerlo me causó algo de indignación.
Bueno es culantro pero no tanto, decía mi abuelo Ismael cuando nos llamaba la atención por alguna pilatuna.