Uno de los temas sobre los que he leído y captan mi atención de manera especial tiene que ver con la llamada “Revolución de las pequeñas cosas”, la que nos invita a apostarle a las acciones que parecen menores, pero que al ejecutarlas resultan impactantes.
Y apelo a ellas para invitar a los alcaldes y sus funcionarios a ponerlas en práctica con la certeza de que los efectos serán altamente positivos para los territorios que administran por mandato popular.
Para ello es necesario que abandonen los sillones de sus despachos, se bajen de los vehículos climatizados y comprueben que un pequeño hueco en la vía, un semáforo en mal estado, una bombilla apagada, la basura mal dispuesta o una señal que clama un toque de pintura se pueden solucionar con tan solo una llamada, una gestión pues si algo tiene el poder es que hace visible a quien lo ejerce.
Si bien es cierto entiendo que en temas de egos todos quieren pasar a la historia como los alcaldes y/o funcionarios de las grandes ejecutorias y que su rúbrica quede estampada en la posteridad en los contratos con montos millonarios, no se pueden olvidar de los pequeños detalles que terminan por engrandecer la gestión porque estoy seguro que un reductor de velocidad que salve la vida de conductores y peatones es algo que la gente no olvida con facilidad.
Siento que hoy más que nunca se requiere que los mandatarios se bajen del “Monte del Olimpo” en el que están trepados cual deidad mitológica y compartan con los seres humanos, esos que depositaron en ustedes la confianza y que hoy los ven y los sienten como estrellas fugaces.
Volvamos a la Revolución de las Pequeñas cosas como las mingas, las acciones comunitarias y el compartir con la gente en el día, a desayunar en la galería, a tomarse un café en un centro comercial o simplemente bajar la ventanilla polarizada del carro para escuchar las voces de las personas que reclaman atención.
Seguramente, si se atiende esta sugerencia respetuosa muchas cosas podran cambiar, incluso la famosa percepción de la que tanto se habla.