Siempre recuerdo con cariño al teniente Hernández, quien cuando el firmante de esta columna prestó su servicio militar como Auxiliar de Policía Bachiller, nos decía que el mayor orgullo para un colombiano era vestir el verde oliva, símbolo de esa institución y era tal su admiración por esas prendas que se nos era prohibido consumir productos como mangos, raspados, empanadas u otros productos mientras estábamos de servicio en las calles.
Quizá por eso veo con algo de nostalgia las imágenes que esta semana se han hecho virales en las cuales algunos uniformados ya lucen la nueva indumentaria donde el verde prevalece en algunos toques, pero que sin duda cambian por completo el golpe de vista del cuerpo civil armado que tiene como misión proteger la vida y honra de los colombianos.
Consiente que en la vida todo cambia, aplaudo esta decisión del alto mando policial de darle un nuevo aire a una institución centenaria que desde su creación le ha prestado un invaluable servicio a la patria.
Pero también creo que se hace necesario que ese cambio de piel venga acompañado de una transformación institucional que dignifique el oficio de policía, mejore el servicio, corrija las fallas y ante todo permita que el ciudadano y policía vuelvan a ser ese binomio del que siempre hablaba Roso José Serrano Cadena, el último gran director de la institución, pues de nada servirá ese cambio si solo es la fachada la que se enluzca mientras que el resto de la casa sigue sucia y con problemas estructurales graves que amenazan con destruirla por completo.
En buena hora en la nueva legislatura que se inició el pasado 20 de julio empezo el trámite del proyecto de ley que deberá terminar en una reforma que de vida a una policía sólida, seria y ajustada a la realidad del país y con la capacidad de respuesta ante las nuevas modalidades delictivas que han surgido en todo el territorio nacional y de esa manera los hombres y mujeres que la conforman puedan repetir con certeza la frase de batalla que por estos días usan: “Es un honor ser policía”.