En días pasados celebramos en la iglesia el martirio de Juan el bautista. La historia la cuenta el evangelio de Marcos, quien nos muestra cómo Juan es decapitado en la cárcel por insinuación de Herodías, la amante de Herodes, ya que Juan constantemente denunciaba la manera irregular como vivían su relación afectiva.
Aquí es bueno tener en cuenta que Herodes lo hace por quedar bien con sus amigos en medio de una fiesta que celebraba y ese es, precisamente el punto clave de reflexión de esta mañana. ¿Cuántas veces actuamos por quedar bien con los “amigos” y actuamos incluso en contra de la ley de Dios?
En muchas ocasiones dejamos de participar en nuestra vida sacramental por quedar bien con los demás: expresiones como: “no te cases que se te daña la vida” “es mejor vivir así, porque igual no tienes ninguna responsabilidad” “es mejor vivir en unión libre que casarse”.
De igual manera, cuántas veces dejamos de ir a misa porque tenemos visita en la casa, porque estuve de rumba el sábado anterior, porque nos dicen que “para qué ir a la misa cuando podemos orar desde la casa”.
Cuántas veces dedicamos mas tiempo a los amigos que a la misma familia, nos vamos de paseo con ellos, a consumir licor, olvidando a nuestros hijos y compañeros sin importar lo que les pase por quedar bien.
Por último, cuántas veces dejamos de confesarnos porque nos dicen: “para qué confesarse con un hombre más pecador que nosotros” olvidando que el sacramento lleva consigo una gracia inmensa de santidad y de vida de fe y así podríamos decir tantas otras disculpas que sacamos para no vivir nuestra vida de fe y para evadir nuestros compromisos familiares, solo porque nos dicen los demás.
Nuestra vida de fe ha de ser auténtica, con criterios propios que nos permitan vivir y fortalecer nuestro encuentro con Dios y con los demás. Nuestra vida familiar tiene que ser lo más importante, nuestros hijos, compa-ñeros(as) afectivos han de ocupar el primer puesto en nuestra vida y no dejarlos tirados por andar con los amigos y quedar bien con ellos.