Una de las sensaciones más desa-gradables para el sentido del olfato es pasar cerca de alguien que está fumando marihuana. Es un olor nauseabundo, apestoso, que incluso produce un ligero mareo y lo mejor es poder alejarse lo más rápido posible, para evitar terminar trabado con semejante sensación olfativa.
Sin embargo, el problema no es solo para el sentido del olfato, la marihuana huele a MUERTE, y son los miles de asesinados por el tráfico de esta sustancia, la de los grandes capos del narcotráfico que sembraron de sangre y de muerte en todo el territorio colombiano y que hoy son pequeños grupos se microtraficantes que siembran el terror por las famosas fronteras invisibles y que son las causantes de que muchos jóvenes pierdan la vida.
La marihuana huele a TRISTEZA, la que reflejan padres, madres y familiares de cientos de jóvenes que sumidos en este flagelo están tirados en la calle durmiendo en los atrios de las iglesias o en las bancas de los parques de cualquier ciudad colombiana. Muchos de ellos no pueden entrar a sus casas porque se roban todo lo que encuentran para poder comprar la hierba maldita.
El consumo de marihuana huele a TRAGEDIA, la que viven miles de jóvenes, que fueron engañados por “amigos” con el pretexto de que fumarse ese puchito de marihuana les va a solucionar los problemas y que, buscan en las bolsas de basura algo de comer, que están pidiendo en cada esquina 1000 pesos para comprar un pan, que deambulando por las calles de todas las ciudades, semidesnudos, con los dientes podridos, oliendo a tristeza, a muerte, a tragedia.
Lo más triste de toda esta historia es que muchos de nuestros jóvenes creen que fumar marihuana no es malo, resulta que por ahí comienzan, luego pasan al bazuco, a los inhalantes, a las pepas que desgraciadamente los lleva a un destino fatal.
Es hora de que como padres le prestemos cuidado a nuestros hijos para ver que tipo de amigos tienen, con quien andan, pues como dice el dicho popular: “dime con quién andas y te diré quién eres”.