Esta columna se la dedico a aquellas personas que son coleccionistas de ofensas y agravios y se la pasan por la vida buscando motivos para pelear con los demás.
Hay personas que coleccionan joyas, porcelanas, ropa y otros objetos más, pero también hay los refunfuñones profesionales que coleccionan agravios para luego repartirlos a diestra y siniestra. Son campeones de los malos momentos.
Estos coleccionistas son los que andan a diario acelerados, frenéticos y sin capacidad de asombro por las maravillas que regala la vida, solo acumulando estrés y rabias que tristemente entregan a quienes se atraviesen a su paso, posiblemente hasta a los amigos y familiares.
Las ofensas duelen, aunque dicen que hay que restarles atención, dependiendo de la persona que las lance. Pero tener que escuchar y aguantar malos tratos es bastante incómodo, especialmente de parte de quienes tienen autoridad pero lamentablemente la usan para gritar y decir tonterías. Qué feos, poco profesionales y desdibujados que se ven estos personajes.
El ser grosero, déspota o prepo-tente es solo el reflejo de la persona que tiene baja autoestima. Generalmente sus ofensas proyectan su poco amor propio y no tienen nada que ver con el sujeto al cual insulta, mejor dicho, no es nada personal.
Por supuesto que nadie te puede lastimar si no lo permites. Sin embargo, también es cierto que hay situaciones en donde las agresiones verbales hacen demasiado daño; especialmente a los niños, que crecen con esa cabecita llena de dragones y enseñanzas equivocadas.
Recuerden siempre que las palabras tienen filo y resultan muy dolorosas e incómodas por más fuerte y equilibrado mentalmente sea quien las escucha.
Sin embargo, le quiero decir a mis amigos, esos que viven expuestos a malos tratos, ya sea por cuestiones de trabajo o entornos familiares complejos, que se bañen de teflón para que todo les resbale y nada ni nadie les opaque su felicidad.