En sus inicios como artista, Heriberto Antonio Rojas Marín se dedicó a pintar paisajes y otras obras pictóricas en las paredes de bares y cantinas; además de perfeccionar la técnica para la elaboración de retratos pintando a personajes famosos de La Unión y otros municipios de la región.
Aunque su fama como paisajista y retratista creció de manera vertiginosa, fue su encuentro con la restauración de imágenes lo que realmente le hizo ganar el reconocimiento en el Valle del Cauca y otras regiones del país.
Lo curioso es que ese contacto con la habilidad de devolver a la vida las efigies de santos y vírgenes le salió naturalmente, pues nunca asistió a un taller de enseñanza, siguió algun tutorial o vio a alquien trabajar en ese proceso.
De eso hace ya 45 años y con humidad extrema dice no recordar cuántas imágenes ha recuperado, sacándolas de los cuartos del olvido para que brillen de nuevo en los altares de los templos católicos del Valle y el Eje Cafetero.
«Eso es algo que hago con pasión y disfruto al máximo, pues es gratificante ver cómo se puede recuperar una obra que ya se había desechado» dice Heriberto Antonio, quien a sus 80 años ya acusa la pérdida de la visión y asegura que esta se concentra en su ojo izquierdo, limitante que no le impide seguir con su labor.
Aunque es oriundo de Belén de Umbría, municipio de Risaralda, sus padres lo trajeron al Valle a los pocos meses de nacido y se afincaron en La Unión, razón por la cual se considera un hateño más y se siente orgulloso de llevar la bandera auriverde de esta localidad nortevallecaucana por topo el país.
El don de lapaciencia «Este es un trabajo que no se puede hacer a las carreras, pues me llegan imágenes destruidas, a las que le faltan trozos y hay que reconstruirlas. Un ejemplo es una Virgen del Carmen que me llegó mutilada (ver fotos parte inferior) y con varias semanas de trabajo quedó como nueva», dice Rojas Marín mientras muestra en la galería de su celular a un Niño de Jesús de Praga que le llegó a su taller en bolsas y también entregó con la luminosidad de siempre.
Para el artista que vive y trabaja en un humilde taller en el barrio La Ciudadela, el momento más emotivo es ver la cara de sorpresa de sus clientes, la mayoría de ellos sacerdotes o integrantes de comunidades religiosas que llegan a su sitio de trabajo en búsqueda de un milagro. «Cuando retorno a una imagen siento una inmensa alegría, pues se que de esa manera estoy contribuyendo a fomentar la fe y de paso a mantener vivo patrimonios de los pueblos», precisa el artista.
Solitario
Al preguntarle por su estado civil, Heriberto no muestra ningún asomo de duda y con contundencia se reconoce como biato.
Cuando uno es artista, no tiene tiempo para dedicarle tiempo a una pareja y por eso vive solo, no tuvo hijos y es una sobrina suya la que le prepara los alimentos diarios. » Yo disfruto lo que hago y trabajaré hasta que Dios me regale la vida», comenta el escultor y restaurador hateño.
En su diálogo con EL TABLOIDE este hombre que pese a su dificultad visual conserva una vitalidad envidiable, advierte que su longevidad se debe en buena parte a la tranquilidad con la que vive.
«A mí me llega acá el trabajo todos los días y no se me embolata la «papita» porque hago las cosas bien y cuando entrego una imagen hecha de nuevo prácticamente se convierte en mi carta de presentación», afirma.
Sobre el valor del trabajo que realiza precisa que el mismo depende del nivel de refacción que deba desarrollar.
«Cuando es una imagen que no tiene ningún daño severo, que no le falte una mano y que solo requiera pintura, el valor puede alcanzar los 400 mil pesos y va subiendo acorde con el grado de dificultad», explica el artista.
Añade que su taller es de puertas abiertas para que los que quieran conocer su trabajo lo pueden visitar. «Aquí todos me conocen y saben donde vivo y por eso no tienen pierde», puntualiza.