Ese hombre es el roldanillense Elince Zapata Rojas, quien es todo un experto en la materia y gracias a su fama ha recorrido gran parte del país pintando iglesias.
Según lo relata, su trasegar surcando los aires y desafiando el temor que producen las alturas, lo descubrió cuando en una obra de caridad decidió ayudarle al cura de la iglesia de La Tulia, jurisdicción de Bolívar, a pintar la edificación, tarea que adelantó como parte de su labor de líder campesino, título que había logrado en la afamada y desaparecida radio Sutatenza, en el departamento de Boyacá. Lo que no sabía era que esa actitud benéfica le abriría las puertas a un oficio de alto riesgo pero que ejerce con una naturalidad asombrosa.
Sin misterios
Lo que más llama la atención de este hombre, delgado y con una alegría desbordante, es la naturalidad con la que habla sobre el trabajo que ejecuta y da entender que para él, estar colgado a 70 metros de altura o más no tiene nada de excepcional y manifiesta disfrutar de la vista que tiene cada que escala una torre de un lugar sagrado.
“Para estar allá arriba no se puede tener nervios, hay que relajarse y contar con los elementos que, en mi caso, es una manila de una pulgada, la que no cambio por las llamadas línea de vida, que es una cuerda certificada pero demasiado delgada”, dice Zapata Rojas en su diálogo con EL TABLOIDE.
El presupuesto
Asegura que la iglesia de San Bartolomé es la segunda vez que la pinta, trabajo que le toma entre seis y siete semanas, si el clima coopera, y destaca que en 42 años de cumplir con esa misión nunca ha tenido problemas con los sacerdotes, pues todos son cumplidos y buena paga.
Los presupuestos varían acorde con las exigencias, las características y la altura de las torres y, en el caso del templo mayor de los tulueños, la inversión puede estar por el orden de los 55 a 60 millones de pesos. “Esa vale un poco más, pero la situación está dura, y uno no puede ser tirano”, advierte el hombre que tiene muchos retos por cumplir, uno de ellos pintar la catedral de Palmira que está hecha a base de ladrillo limpio y es una especialidad que le gusta mucho.
Los ayudantes
En sus inicios, hace ya 42 años, le ayudó un joven que luego ingresó al sacerdocio y se fue para España. También sus hermanos se sumaron a la causa y hasta hace algunos años sus hijos habían tomado la posta.
“Pero a uno de ellos lo afectó el vértigo y así es imposible y el otro, cuando empieza a subir se le duermen las manos y eso lo pone en riesgo”, expresó.
De hecho, recuerda que hace algunos años se cayó de una iglesia de Buenaventura cuando ya estaba a una altura de siete metros y, aunque se rompió varias costillas, no le generó temores, por el contrario, ahora se siente mucho más seguro.
DATO: Hace 42 años cambió los andamios por manilas con las que se trepa a torres de hasta 90 metros.
“Yo me subo es a trabajar y la verdad no pienso en que me vaya a pasar algo, no tomo nada distinto a un café y cuando me da hambre o tengo otra necesidad, bajo y subo de nuevo”, comenta el hombre que heredó el gusto por pintar de un ciudadano alemán que en Ibagué le enseñó a dar los primeros brochazos.
“Es un oficio de alto riesgo y por esa razón los que trabajan conmigo deben ser responsables, no pueden ser borrachos, con algún tema de salud o adicción a las drogas, pues se me accidenta uno y quedo embalado”, asegura el artista de las alturas que ya camina hacia los 70 años y sigue tan campante de torre en torre por lo que muchos los comparan con el legendario Hombre Araña.