“El 20 de marzo, cuando decretaron la cuarentena, estaba solo en mi apartamento del barrio Nuevo Príncipe y se me ocurrió preguntarle a mis vecinas si rezábamos el rosario y me dijeron que sí.
Le dijimos también a un compañero de Lazos de Amor Mariano que vive al lado y pusimos los bafles del equipo en la ventana y empezamos a rezarle a la Virgen”, cuenta este músico que a la vez dice que fue de gran sorpresa ver cómo los otros vecinos salieron a sus puertas a acompañarlos en la oración.
Hoy, transcurridos ya cuatro meses desde que inició el confinamiento, John Fredy continúa con el ritual y no sólo son los habitantes de toda la cuadra la que lo esperan sino los cientos de seguidores que tiene en su perfil de Facebook, pues lo transmite en vivo.
Un mariachi “tolivalluno”
John Fredy Sánchez Sánchez nació hace 46 años en Ibagué-Tolima pero hace 23 años se radicó en Tuluá, por lo que se considera un “tolivalluno” de pura sepa.
Estudió en el Conservatorio de Tolima, cuyo énfasis educativo es la música, motivo por el cual se especializó en el violín y con el que aprendió a interpretar los clásicos de Mozart, Chopin, Beethoven y Handel.
En ese entonces, lejos estaba de imaginarse que años después tocaría con tanto agrado la música de Antonio Aguilar, Miguel Aceves Mejía, Cornelio Reina o de Vicente Fernández.
Activo desde niño
Como la situación económica en su hogar, conformada por cuatro hermanos, no era la mejor, empezó a trabajar desde los 9 años vendiendo lotería para así poder ayudarle a su papá.
Después de graduarse en el Conservatorio como bachiller musical, emigró a Medellín donde encontró trabajo como profesor de violín y docencia musical en el colegio Diego Echavarría, ubicado en la vía a La Ceja, pero allí solo estuvo seis meses pues el costo de la vida era alto y lo que ganaba no le alcanzaba para sostenerse.
Fue entonces cuando varios amigos del gremio le aconsejaron que ingresara a un mariachi, que estaban en su apogeo en la época de Pablo Escobar y aunque no tenía el mejor concepto de estas agrupaciones, porque recordaba cuando de niño veía a su papá borracho escuchando a Antonio Aguilar, quedó con la inquietud y partió hacia Bogotá.
Vestido con traje de charro prestado y hospedándose donde unos amigos, dio sus primeros pasos en la Caracas. En ese entonces tenía 20 años.
Pero esa primera experiencia no fue la mejor, pues aguantó hambre y frio durante un año hasta que se ubicó en el mariachi Águilas del Tunjo de Facatativá, donde le pagaban 5 mil pesos por serenata.
“Un viernes que hicimos tres, me dieron 15 mil pesos y casi que hago fiesta”, recuerda sonriente.
Sinembargo la cosa fue mejorando y decidió irse a vivir a Facatativá, donde por toque ganaba 30 o 35 mil pesos. “Allí duré seis meses hasta que me ubiqué en el Mariachi Monterrey de Ibagué, que tenía muy buena clientela y era sensacional.
Un viernes, parece mentira, hacíamos doce serenatas, un sábado 20, un domingo 15 y un lunes 4, era un trabajo impresionante y el dinero se veía”, comenta todavía asombrado John Fredy al tiempo que cuenta orgulloso que con ese marichi acompañaron a cantantes como el émulo de Helenita Vargas, a Paco y a Leo Dan.
La llegada a Tuluá
En un mano a mano de mariachis realizado en el año 1997 en la Cámara de Comercio de Pereira, entre el Sur de México de Tuluá y el Monterrey de Ibagué, conoció a los dueños del grupo de la Villa de Céspedes. “Ese día nos invitaron a varios del grupo a venirnos para Tuluá y desde ese entonces estoy en esta hermosa ciudad”, enfatiza.
Por esa época, el mariachi Sur de México tenía en su nómina a Wilber Ortega, un cantante fenomenal con el que lograron posicionarse en la ciudad, en la misma que reinaba el Ma-riachi Azteca, donde la cantante era Lucero, quien tenía una clientela asombrosa. “Tanto es así que muchos años después de retirarse del grupo aún la preguntan”, comenta.
John Fredy duró 12 años con el Sur de México, hasta que por cosas del destino y motivado por muchas e importantes personas conformó su propio mariachi, el que llamó Mariachi de mi Tierra. Tuvo muy buena aceptación en la región, pero pasado un tiempo lo vendí”.
Y se encontraba precisamente este año en Zarzal, donde no había mariachis, posicionando su nuevo Mariachi del Norte, cuando llegó la pandemia.
“Gracias al alcalde John Jairo Gómez, que nos permitió realizar serenatas en la calle, estamos trabajando, no en la cantidad de antes, pero ahí vamos”, comenta este hombre que desde hace 10 años pertenece a la comunidad Lazos de Amor Mariano, la que asegura, después de asistir a uno de sus retiros espirituales, le cambió la vida.
“Ahora llevo una vida muy diferente a la que llevaba, no tomo trago, a las mujeres ya no las veo como objeto sexual y estoy en busca de la que Dios me tenga para formar un hogar”, dice con convicción este mariachi que no para de rezar el rosario, en el que pide por la salud de todos los habitantes del mundo.