Boris Johnson ha querido lanzar él mismo el nuevo aviso.
La variante del virus detectada en el Reino Unido no solo es mucho más contagiosa, sino que comienzan a recabarse “evidencias” de que sería aún más mortal.Un 30% más.
Lo explicaba a continuación el científico jefe del Gobierno británico, Patrick Vallance: “En la población de 60 años o mayores, de cada 1.000 personas infectadas son 10 las que pueden morir por la enfermedad.
Con la nueva variante del virus, ese riesgo se eleva a 13 ó 14 personas”.
El asesor de Johnson ha señalado que “las pruebas no son todavía muy firmes”, y que las cifras siguen arrojando incertidumbre, pero suponen un “motivo de preocupación”.
Hasta ahora, ha querido señalar Vallance, esa mayor mortalidad no se ha visto reflejada entre los pacientes hospitalizados.
El azar y la geografía pueden ser injustos. Del mismo modo en que la “gripe española” de 1918 no se originó en España, nadie puede afirmar con total seguridad que la “cepa británica” fue el resultado de una mutación del virus ocurrida en el Reino Unido.
La nueva variante ha puesto en jaque la estrategia de Boris Johnson frente a la pandemia. Fue en el Reino Unido concretamente, en la localidad de Kent donde se detectó por primera vez, el pasado septiembre.
¿La razón? La considerable superioridad científica de los británicos cuando se trata de secuenciar genomas.
Covid-19 Genomics Consortium (CogUK, en sus siglas en inglés) surgió de la colaboración y cofinanciación de Public Health England (Sanidad Pública de Inglaterra, el órgano gestor del sistema público de salud), la fundación Wellcome Sanger Institute y hasta 12 instituciones académicas.
Durante toda la pandemia, CogUK ha secuenciado la historia genética de más de 150.000 muestras del coronavirus.
Prácticamente, la mitad de las secuencias realizadas en todo el mundo.
“Si algo va a descubrirse, es muy probable que lo descubras primero en el Reino Unido”, ha explicado a la BBC Sharon Peacock, la directora del organismo.
El ministro de Sanidad británico, Matt Hancock, fue el primero en dar a conocer al mundo la existencia de una variante británica del virus.
El 14 de diciembre, en una comparecencia ante la Cámara de los Comunes, apuntó someramente a un nuevo factor que iba a dar un vuelco inesperado a las previsiones y estrategia del Gobierno de Johnson en su lucha contra la pandemia.
Los británicos todavía confiaban entonces en poder disfrutar de un paréntesis navideño.
Las medidas de restricción iban a relajarse, hasta el punto de que, en algunas zonas del país, hasta tres domicilios distintos podrían juntarse para celebrar comidas familiares.
“Debo insistir en que, hasta la fecha, nada indica que esta nueva variante agrave las consecuencias de la enfermedad”, dijo Hancock, cuando el temor seguía siendo unicamente que los contagios se dispararan hasta un 70% más.
Junto a ese cálculo, el ministro expresó su convicción de que las vacunas que habían comenzado a distribuirse seis días antes mantendrían su eficacia con la nueva variante. Pero no ocultó la preocupación del Gobierno.
Un día antes, el 13 de diciembre, se habían detectado 1.108 casos de la nueva cepa en 60 localidades diferentes, todas ellas en el sureste de Inglaterra.
Kent, Essex, Hertfordshire… y Londres. Sobre todo, Londres. Nueve millones de habitantes.
13 millones en todo el área metropolitana, en un entorno de movilidad extrema.
CogUK había detectado las 17 mutaciones del virus a mediados de septiembre, pero pasaron dos meses y medio hasta que las evidencias señalaron claramente la gravedad de la amenaza.
Y estaba claro que, si se tenían localizados un millar de casos, serían miles más los que ya se habrían producido.
El Gobierno de Johnson volvió a aferrarse a su estrategia regional y gradual.
Impuso en Londres el Nivel 3 de alerta.
Restaurantes, bares y pubs cerrados, con la excepción del servicio a domicilio.
Reuniones al aire libre con un límite de seis personas. Recomendación de trabajar desde casa.
No iba a ser suficiente, como se iba a comprobar de inmediato.
Al día siguiente de la comparecencia de Hancock, las dos principales publicaciones médicas del Reino Unido, British Medical Journal y Health Service Journal, publicaron un editorial conjunto (la primera vez en cien años) en el que imploraban al Gobierno que no relajara las restricciones durante las Navidades.
“Si no modificamos la trayectoria actual, los hospitales de Inglaterra tendrán cerca de 19.000 pacientes con covid-19 el día de Nochevieja”, advertían.
La cifra final, registrada el 1 de enero, fue de 22.534 camas hospitalarias.
Y a principios de esta semana, el número total de pacientes con covid-19 era de 37.535 en todo el Reino Unido.
Un ingreso nuevo cada treinta segundos.
Johnson anunció el 4 de enero un tercer confinamiento nacional.
Las consideraciones económicas, siempre presentes en la búsqueda de un equilibrio en la estrategia contra el virus, quedaron definitivamente aparcadas.
La prioridad era salvar la capacidad de respuesta del Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés).
Se registraban casi 60.000 nuevos casos diarios de infectados.
“No confiamos en que el NHS sea capaz de hacer frente a este incremento de pacientes sin que se emprendan medidas drásticas.
Existe un riesgo real de que los hospitales de varias zonas se vean saturados en los próximos 21 días”, habían advertido horas antes, en un comunicado conjunto, los cuatro directores médicos jefe de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte.
El cerco se estrechaba, y Downing Street tuvo que ceder en lo que hasta entonces había sido el último sector intocable: colegios y universidades.
“Todos los colegios de educación primaria y secundaria permanecerán cerrados, y se impartirá la educación por vía telemática”, anunció Johnson.
La nueva variante del virus se transmitía a una velocidad especialmente rápida entre los menores. Sobre todo, entre los adolescentes.
Los hospitales londinenses, y los del sur del país, comenzaron a cancelar citas, reprogramar o suspender operaciones y reorganizar su espacio para atender la nueva avalancha.
El King´s College fue uno de los primeros en suspender las intervenciones quirúrgicas urgentes de cáncer programadas.
El servicio de ambulancias de la capital alcanzó en Nochebuena el récord de 8.000 salidas en un día (3.500 más que la media de cualquier otro año).
El Ejército anunció esta misma semana que había destinado 400 soldados para ayudar en las tareas que fueran necesarias en los hospitales de la capital y algunos de las Midlands (Tierras Medias), donde la nueva cepa ya ha aumentado considerablemente el número de contagios.
GoAhead, la compañía propietaria de muchos de los autobuses que utiliza el transporte público londinense, ha comenzado a preparar sus vehículos de un solo piso (no los clásicos de planta doble que recorren la ciudad) como nuevas ambulancias.
Serán capaces de trasladar hasta cuatro pacientes, atendidas por personal del NHS.
A principios de la semana, los hospitales londinenses acogían cerca de 8.000 pacientes de la covid-19, casi 3.000 más que durante el pico de la primera ola, en abril.
Al menos en media docena de centros, más de la mitad de sus plazas están destinadas íntegramente a los pacientes de la pandemia.
El Gobierno británico es incapaz de decir cuándo levantará el confinamiento. Johnson sugirió incluso, este jueves, que podría prolongarse hasta el verano.
El número de infectados comenzó a estabilizarse la semana pasada, pero volvió de inmediato a registrar aumentos.
1 de cada 35 londinenses está infectado, según datos de la Oficina Nacional de Estadística hechos públicos este viernes.
En toda Inglaterra, 1 de cada 55. Escocia, Gales e Irlanda del Norte presentan cifras algo más reducidas, pero también han impuesto un confinamiento estricto.
Irlanda no tiene frontera interior, a efectos prácticos. Es una sola isla, con flujo constante de personas entre la República e Irlanda del Norte, territorio británico.
Aunque los servicios públicos de salud sean independientes.
El primer caso detectado de la nueva variante se registró el 23 de diciembre.
El Equipo de Emergencia de Salud Pública Nacional irlandés anunció este jueves que el número de infectados registrados diariamente es, en la actualidad, diez veces superior al de principios de diciembre. Unos 2.600 casos en un país de cinco millones de habitantes.
La mitad de ellos en Dublín y Cork, los dos principales núcleos urbanos de la República.
“Nunca habíamos visto que el 66% de los pacientes en UCIs estuvieran siendo tratados por la misma enfermedad.
Estamos luchando duramente para mantener un nivel seguro de atención médica, pero cada vez es más duro.
Al menos trescientas personas están recibiendo respiración asistida fuera de las UCIS.
Nada puede ser más serio que esto”, ha advertido Paul Reid, el director general del Ejecutivo de Servicios de Salud irlandés.
Un 60% de los nuevos infectados tienen la nueva variante del virus.
La campaña de vacunación, que el Reino Unido inició casi un mes antes que el resto de Europa, se ha convertido en una carrera contra reloj.
No entraba en los cálculos de ningún gobierno que el virus acelerara su velocidad cuando se comenzaba a ver en el horizonte la línea de meta.
Fuente: EL PAÍS