Recuerda que solo tenía 9 años cuando tocando el sonoro tarro y cantando rancheras de Antonio Aguilar, Miguel Mejía y Cuco Sánchez llamaba la atención de una linda vecinita que le decía: “usted canta muy lindo”.
En ese entonces, esas inocentes y dulces palabras eran su gran aliciente a la hora de cantar, porque por su cabeza no pasaba la idea de que este don se convertiría en su herramienta para ganarse la vida.
Bardo nació hace 73 años en Barranquilla, pero desde que era un bebé fue trasladado por su madre a Tuluá, donde vivió junto a su abuela y toda su familia.
“No conocí a mi papá, mi mamá quedó sola, por eso mientras ella trabajaba me crié con mis ocho tíos que son como mis hermanos”, dice este talentoso hombre quien además reconoce que no terminó la primaria porque, entre otros motivos, la violencia de los años 50 frenó su entusiasmo para estudiar.
Su paso por la Policía
Al arribar a los 18 años de edad, Bardo prestó el servicio militar obligatorio, experiencia que fue de su total agrado, tanto que decidió realizar las pruebas para acceder a la Escuela de Policía Simón Bolívar de Tuluá.
“Pasé todos los exámenes, fui muy dedicado, bastante juicioso, comportamiento que además me permitió participar de los llamados “Viernes culturales” de la Policía, en los que siempre cantaba temas de Sandro”, recuerda con nostalgia.
Pero cierto día, y a pesar de que se sentía a gusto con su labor en la institución policial, se presentó una oportunidad que se convertiría en la puerta de entrada al mundo artístico.
“El esposo de mi hermana me invitó a disfrutar de una Feria de Buga y sin decirme nada habló con el director de la orquesta que animaba la fiesta y de repente me llamaron para que cantara”, relata Bardo, quien dijo haberse sentido apenado en el momento que hoy agradece.
Dato: Este artista es un claro ejemplo de lo que está padeciendo el gremio por el covid-19.
“Canté cuatro temas, dos de Sandro y dos de Leonardo Favio y por la acogida que me dieron, fue evidente que a la gente que estaba en el lugar le gustó lo que hice”, rememora orgulloso.
Sinembargo, al terminar la rumba en la que pasó un momento agradable, regresó, como ya era su rutina, a sus funciones en el Distrito de Policía de Tuluá, al que había sido asignado.
Pasaron solo unos días y una llamada telefónica cambió el rumbo de su vida, pues Bardo ya daba por hecho que la pensión la lograría en la institución verde oliva.
“Valencia venga, me dijo un capitán, tiene una llamada en mi teléfono. Asombrado contesté y tremenda sorpresa me llevé cuando escuché del otro lado a uno de los músicos de la orquesta de Buga que me había acompañado esa noche de feria. Me invitaba a una presentación en Santa Rosa de Cabal para el día del amor y la amistad”, narra sonriente.
Tras lograr el permiso de sus superiores viajó hasta el Eje Cafetero, en donde cantó y encantó con su show y por el cual le pagaron 3 mil pesos, una cifra que empezó a retumbar en su cabeza, pues de la Policía recibía cada mes 1347 pesos.
Fueron varias las presentaciones que llegaron después de esta experiencia, como también muchos los permisos que le otorgaron en la Policía para que se ganara unos pesos de más, pero llegó el momento de tomar determinaciones y tras 40 meses de servicio decidió renunciar para dedicarse al canto.
Los Inconfundibles
Entregado el uniforme y las insignias, Bardo empezó a hacer parte de la orquesta Los Inconfundibles, con la que se presentó en varios escenarios del Eje Cafetero durante 29 meses, haciendo el show de medianoche.
“La orquesta interpretaba música bailable y yo en el show cantaba y personificaba a Sandro, me ponía el vestuario que lo caracterizaba y hasta una peluca. Al público le encantaba lo que hacía”, asegura.
Pero una de esas noches, al terminar su presentación en el club Maiporé de Santa Rosa de Cabal, salió a la calle a tomar un poco de aire cuando de repente empezó a sentir cómo la visión se le nublaba.
“Me asusté mucho, no veía casi nada por el ojo derecho y en cuanto pude viajé a Tuluá en busca de un médico”.
Luego de varios chequeos el diagnóstico de los profesionales no fue alentador. “Me dijeron que me había caido una infección y que mi visión quedaría afectada, pero que el problema allí frenaría”.
Bardo debió someterse a una cantidad de tratamientos que lo obligaron, entre otras cosas, a separarse de la orquesta.
Un año y medio después, cuando ya estaba resignado con su nueva condición, este cantante y animador de todas las épocas perdió su ojo derecho con el propósito de proteger el izquierdo.
De regreso a casa
Ante la situación, Libardo Valencia, ya casado con Margarita Escobar, decidió echar raíces en Tuluá, en donde además empezó a demostrar sus habilidades para presentar y animar.
“Recuerdo que me contrataron en el Club Deportivo Las Fuentes para organizar un espectáculo artístico, con logística y todo, y como no logré conseguir un animador me tocó hacerlo a mí con tan buena suerte que resultó un éxito”, dice sonriente.
A partir de ese momento, inicio de los años 70, Bardo se constituyó en el animador por excelencia de las rumbas tulueñas, especialmente en el parador Las Acacias, donde se escuchó su voz por más de 19 años.
Pero esta pandemia que se vive no ha respetado experiencia ni profesionalismo y ha puesto en aprietos económicos a todos los artistas del mundo, especialmente a los más pequeños que se ganan la vida alegrando fiestas y celebraciones en casas y bares.
Bardo es solo uno de tantos en nuestro entorno que se vio obligado, hace algunos días, a buscar el apoyo de los tulueños para poder cumplir con sus obligaciones.
sin descanso durante cuatro horas en una esquina tulueña, no hubo euforia ni aplausos pero sí logró recaudar 108 mil pesos que le sirvieron para pagar una pequeña deuda, pero sobre todo darle un poco de paz a su corazón.