Cuentan sus allegados que, tal como lo había ordenado Salas, llegó a la casa a las 9 y 30 de la mañana Nelson Torres, el encargado de reparaciones locativas, para revisar unos reflectores pero no obtuvo respuesta, por lo que decide retirarse.
Horas más tarde, el mismo hombre es llamado para que ingrese a la vivienda por el techo, por cuanto el sacerdote no llegó a almorzar al sitio que siempre frecuentaba.
Tras ingresar al lugar el sacerdote fue hallado, atado de pies y manos, con un trapo en la cabeza y su cuerpo con varios golpes, causados con un elemento no determinado.
Las autoridades, tras hacer la respectiva revisión del inmueble, establecieron que se encontraba desordenado y sin un televisor, el celular y otros artículos de la casa, por lo que se presume que su crimen obedeció a un violento atraco.
Salas ya estaba pensionado del sacerdocio pero, en su natal Barranquilla, aún predicaba la palabra, ayudaba a habitantes de calle y personas de escasos recursos, por lo que sus más cercanos lo describen como un hombre demasiado noble.
Su paso por Tuluá
A Tuluá llegó en el año 1979 como rector de Colegio Franciscanos, donde rápidamente se ganó el cariño de la comunidad estudiantil y los fieles tulueños por su forma singular de predicar la palabra, su carisma y don de gentes.
Fundó además un colegio para las niñas de bajos recursos al que llamó San Antonio de Padua; era muy admirado por su capacidad de servicio.
El único colegio que en ese entonces tenía máquinas de escribir era el Franciscano y fue por iniciativa del padre Armando Salas, el mismo que creó un zoológico con presencia de chigüiros, micos, conejos y pájaros.
El sacerdote estableció un vínculo tan fuerte con sus alumnos y padres de familia que aún, después de tantos años, lo recuerdan con especial cariño, por lo que no se da crédito a la forma en que terminó su vida.