Ver de cerca la transformación de una ciudad es fascinante y al mismo tiempo preocupa si tal cambio es correcto o incorrecto con miras hacia el futuro, tal como me sucede con mi vivencia en Guadalajara de Buga desde que llegamos el grupo familiar aproximadamente en el año 1956 y con mis primeros 11 años fui matriculado en la escuela José María Villegas en el barrio Santa Bárbara.
Contar paso a paso es imposible, cuando de niño, solo se piensa en estudiar un poco y jugar mucho, alegrarse cuando no hay clases, caminar hasta la casa con una despreocupación total, no hay motos, cero inseguridad, calles sin pavimentar, pocos barrios, carretillas cuyos jamelgos dejan el olor al campo, el sector urbano va desde el río Guadalajara hasta la calle 21, veo nuevos rostros de compañeros de estudio y por supuesto de maestros, los maestros nunca se olvidan, en ese tiempo castigaban a reglazos, no existían los derechos de ninguna clase, obediencia, responsabilidad y buena urbanidad, eran ejes fundamentales de la formación académica.
Viendo el mundo moderno, no me explico cómo nos criaron y hoy no nos atropella demasiado la tecnología, es una pena que todo cambio trae consigo un riesgo y la adicción a los medios tecnológicos se ha convertido en el peor de los peligros para la salud mental de los niños y niñas, somos testigos de una tendencia casi mortal hacia los teléfonos celulares, que parece no tener fin, mientras que los especialistas hacen advertencias urgentes para evitarlo.
Y la inteligencia artificial se convierte en la amenaza principal del siglo, no se cae en cuenta que siempre será artificial y no podrá superar el cerebro humano jamás, aunque algunos sostengan lo contrario.