No dejaremos de insistir una y otra vez, sobre la necesidad de establecer programas de protección ambiental para las aguas del río tutelar de Tuluá, de manera permanente y no solo cuando se presentan temporadas de sequía o del crudo invierno que pone en riesgo los distintos barrios por los que atraviesa la ciudad hasta su final en el grandioso Cauca.
Es lamentable ver actualmente convertido el afluente, que debería ser cristalino, en un vertedero de aguas sucias de cientos de habitantes de la calle que superviven a sus orillas y arrojan toda clase de desperdicios, como también de empresas que no cumplen con las normas de protección ambiental y de muchas más personas que arrojan toda clase de elementos convirtiéndolo en una escombrera municipal.
Todos los días vemos hombres, mujeres y niños, afines a los recicladores, vertiendo al lecho, cientos de elementos inservibles y obviamente trae como consecuencia inmediata la contaminación del vital líquido, y un tétrico panorama se alza a la vista de propios y extraños como un área desértica amplia y ajena, piedras y lodo, que cambian el color cristalino de las aguas.
No es posible tanta indolencia, insensatez e irresponsabilidad, del sector público como el privado, representado en sus instituciones, que están quietos, apoltronados en sus muebles limpios de las grandes oficinas, mientras a su lado, se muere lentamente el agua que da la vida a todos los habitantes.
Es envidiable la grandeza de los ríos europeos que permanecen abundantes, limpios y cristalinos, en donde todos los gobiernos han tomado plena conciencia acerca de la necesaria urgencia de trabajar con insistencia por su protección y paradójicamente en nuestro medio, con una riqueza hidrográfica inconmensurable, la indolencia se pasea por las mesas de las oficinas públicas, sin hacer nada o casi nada por evitar la suciedad, la contaminación y la muerte del río Tuluá.
Llevamos 50 años con nuestra política medio ambiental, nunca nos hemos rendido, hemos acompañado toda clase de campañas en favor de nuestro bello afluente, pero vemos con cierto grado de tristeza, porque vano ha sido el esfuerzo, como las aguas disminuyen, la contaminación aumenta, la irresponsabilidad de las personas va en ascenso y la pérdida de la conciencia ciudadana es evidente, no hay amor por el río, no se teme a las sequías y las inundaciones, sino que todos a una sola voz, se hunden en el abismo de la indolencia.
Es demasiado importante que se mire a los pocos ríos que nos quedan, es necesario ver que el caudal disminuye inmisericordemente, que cada día la deforestación, el auge del hato ganadero y la minería ilegal, crecen, se fortalecen y a veces, se ríen de los llamados de alerta de las instituciones protectoras del medio ambiente.
Volvamos la cara al río Tuluá, formemos un frente común de salvamento, urge tomar conciencia del cambio climático, lo estamos viviendo actualmente, ya el almanaque Bristol no sirve para nada y los anuncios de los expertos, fallan en sus apreciaciones, porque el planeta no es el mismo, desde la revolución industrial hasta nuestros días.