En estos días de ocio y buscando que ver me encontré con Tráfico, una película de acción clásica del cine americano que presenta la historia repetida de la lucha de las autoridades contra los carteles de las drogas en Colombia y México, protagonizada por el legendario Michael Douglas y los no menos famosos Benicio del Toro y Catherine Zeta-Jones.
Aunque el filme es una trama que se ha repetido en muchas producciones, esta me atrajo porque el protagonista Robert Wakefield, encarnado por Douglas, es designado como el zar de antidrogas de los Estados Unidos e inicia una correría por el mundo para buscar estrategias contra ese mal pero sin darse cuenta que su hija, una adolescente de 16 años, esta atrapada por la drogadicción.
La menor, como sucede en tantos hogares del mundo, toca el infierno del consumo y se roba joyas y otros elementos de valor de casa para cambiarlos por drogas y llega hasta el punto de tener sexo para complacer la adicción.
Para cuando se da cuenta de la gravedad del drama familiar ya su hija está perdida y moviendo sus influencias logra rescatarla de un suburbio donde la adolescente está a punto del colapso. Ese instante, fue el punto de quiebre de la historia.
La película que pone de presente la manera como el narcotráfico penetró todos los niveles del poder político, empresarial y social del mundo cierra con una escena donde el funcionario pretende presentar las diez estrategias para luchar contra las drogas, pero no es capaz y termina lanzando una frase contundente: “No puedo hacer esto, si hay una guerra antidrogas muchos de nuestros propios parientes son el enemigo, no sé cómo librar una guerra en mi propia familia”, y abandona el recinto.
Un gran colofón para una historia que no es distinta a la que enfrentan tantos hogares de los estratos del 1 al 6, un drama que el Estado en todos sus niveles no quiere darle el trato de un problema de salud pública y lo siguen tratando con pañitos de agua tibia.