Hernando Gómez Buendía afirmaba que una de las características calamitosas de este país era el ser un “país de gestos”, es decir, un territorio donde nada de lo que se afirma por los gobernantes es real.
Lo vemos a diario, con el egre-sado de la Sergio Arboleda, que repite hasta el cansancio en foros y eventos, nacionales e internacionales, que este gobierno respeta los acuerdos de paz y que, en consecuencia, trabaja por el resarcimiento de las víctimas, mientras la realidad muestra que diariamente asesinan a por lo menos un contradictor del régimen.
Desde 2018 van más de 350 colombianos víctimas de asesinato, sin contar los muertos producto de las seis masacres ocurridas en lo que va de este año, pero cuando las entidades internacionales reaccionan ante este horror, el egresado de la Sergio Arboleda, saca del cubilete un Estatuto de Protección a los Inmigrantes Venezolanos y se gana una felicitación papal, mientras sigue mezclando agua y jugo de naranja para explicarnos las bondades de su proyecto económico.
Y el gesto humanitario, parece borrar el espanto.
Igual sucede con las vacunas que nunca supimos de donde salen o saldrán, gracias a la maraña de datos con que se propusieron encubrir la negociación real de las mismas.
Mientras, todos los medios de comunicación nos repiten desde la mañana hasta la noche, los preparativos logísticos de las jornadas de vacunación.
Por supuesto, bastaría con informar sobre la cuidadosa planeación que debe tener dicha operación.
Pero la obsesión, es reiterar, una y otra vez, las tomas de los cubículos donde se va a vacunar, y a machacarnos con una serie de imágenes de gentes recibiendo la vacuna, cuando sabemos que ninguna ha llegado a nuestro territorio.
Es lo que llaman flamantemente “simulacros”, como si la tarea de vacunación se tratara de evitar o prevenir una catástrofe o un accidente siniestro.
Suficiente simulacro, este gobierno inexistente.