Un nuevo presidente tiene Estados Unidos, en una elección que fue el resultado de un proceso electoral lleno de odio, rencillas, palabras altisonantes y toda clase de improperios contra el rival, de parte y parte.
Finalmente, y por amplia mayoría, como se esperaba a pesar de los pronósticos de las principales encuestadoras, el vencedor fue el republicano Donald Trump.
Esa elección, cualquiera hubiese sido el resultado, es producto de un planeta, no un país, un planeta totalmente polarizado. Lo anecdótico es que en él habitamos todos, negros, indios, mestizos, caucásicos, creyentes y no creyentes.
Al mismo tiempo, las naciones que están inmersas en el berenjenal que se armó en Medio Oriente y que nos puede ‘fregar’ a todos, son las mismas que hablan y quieren dar lecciones de moral con el tema de la lucha contra las drogas, pero que, paradójicamente, no tienen ningún control sobre los precursores y los insumos químicos que se utilizan para producir alcaloides. Los exportan sin interesarles su destino final.
El control en su territorio es prácticamente nulo, en términos de comercialización de estas sustancias.
Esos países tienen doble rasero (ojo, este es con S, no con C, de congresista), porque los precursores y todos los elementos necesarios para la producción del alcaloide son importados, vienen de Estados Unidos, Europa o Australia.
Ni qué decir en materia de seguridad. Porque en sus territorios se comercializan esos estupefacientes y con ese dinero se compran las armas que venden ellos mismos y que son enviadas de manera ilegal a Colombia para los grupos al margen de la ley.
¿Qué control a esa venta de armamento tienen esas naciones? Ni qué decir en materia ambiental. De eso ni siquiera hablan, al menos por ahora, es un tema tercermundista, de soñadores biodiversos, que con evidencia científica y razonable exponen sus tesis y planteamientos, pero que a quienes deciden la economía mundial no les interesa.