La crisis social impulsada desde mediados del siglo pasado por el terror y el desenfreno, paliada por veinte años de responsabilidad compartida, que otros partidos del presente han hecho su continuidad latente en el alma nacional.
No es tan sencillo afirmar que un pueblo bueno como el colombiano, se está debatiendo en su propio estercolero sin darse cuenta que otros son los creadores de la conducta social, creyéndose dueños del país nacional.
Y desde estrados reputados respetables, se le dice a nuestro pueblo, absorto en su desaliento, que la sal está corrompida. Que, en gobiernos anteriores, las mafias se apoderaron del Congreso, que el 45% de los congresistas, fueron producto del paramilitarismo y seguramente, repito, seguramente, puede haber curules que aún respiran ese aire nauseabundo. Que las Fuerzas Armadas, se mancharon con sangre emanada de inocentes víctimas, con los llamados falsos positivos.
Que tuvieron influencia en la venalidad del Poder Judicial, ahora superada, sin descartar pocos casos que denuncian los medios de comunicación. Que la iglesia católica estimuló la nefasta labor de los paramilitares.
Recordemos a Monseñor Duarte Cansino, aplaudiendo la nefasta labor de los paramilitares. No podemos dejar de recordar a una empresa privada que se movió entre el contrabando y el soborno.
Y no podemos olvidar el caso de Agro Ingreso Seguro.
Todo ese pasado horroroso es el que queremos borrar, encontrándonos los colombianos de todas las tendencias en un fuerte abrazo de fraternidad. Busquemos acuerdos en el Congreso, que nos muestren la ruta de la confraternidad, que nuestra clase dirigente actúe sin egoísmos, que muchas veces brindan las mismas colectividades políticas.
Que nuestros medios de información, sean los canales para la confraternidad nacional, con el análisis veraz e imparcial de la realidad nacional. Ellos son la brújula que los colombianos necesitamos, para llegar al puerto de la esperanza.