Debo confesar que todavía no me atrapa el fútbol femenino y que me cuesta trabajo ver un partido completo, excepto que sea del América de Cali y eso porque el color rojo tiene un poder hipnotizante en mi ser.
Pero no por ese gusto personal debo desconocer que estamos frente a una disciplina deportiva que ha ganado espacio y muchas de las jugadoras tienen más talento que los varones y en el caso de Colombia, la selección ha llegado más lejos que los equipos masculinos, pues no se puede olvidar que en la India la selección Sub 17, que es la misma base que tuvimos para el mundial sub 20 que se juega en Colombia, llegó a instancias finales cayendo derrotada por las españolas.
Quizá por eso me parece injusto y hasta degradante la manera como los compatriotas han despedazado a las chicas que perdieron frente a Países Bajos atribuyéndole la derrota desde la instancia de los 12 pasos, a la arrogancia o prepotencia que según ellos tuvieron al no querer saludar con abrazo y pico a los que llegaron hasta la Basílica del Milagroso para saludarlas.
Me aparto de esa línea machista y casi misógina para exaltar y aplaudir el nivel mostrado por las colombianas que terminaron invictas y con algunos valores individuales que sin duda será noticia a futuro.
Si en Colombia los directivos dejan de ver el fútbol femenino como la cenicienta y le dedican e invierten el tiempo, los recursos en la formación deportiva y se crea un campeonato realmente competitivo, seguramente brotarán en las canchas colombianas, muchas Lindas Caicedo, Yorelis Rincón, Cata Usme o Mayra Ramírez (nominada al Balón de Oro).
Es triste que después de haberlas aplaudido por sus fulgurantes partidos en la fase inicial, unos cuantos hayan decidido hacer leña del árbol caído y acabar con las ilusiones de este grupo de jóvenes que valientemente se vistieron de amarillo, azul y rojo para devolverle un poco de alegría a esta patria que camina por senderos de dudas y temores.