La contracultura, tan necesaria en una democracia, resaltó en occidente tras el fin de la segunda guerra mundial en donde un cisma científico y cultural se produjo por el hartazgo con la ciencia y su colaboración con la industria de la muerte. La música fue un bastión de alto poder simbólico, y el rock tomó la bandera, con The Beatles a la cabeza. De origen anglosajón el primer país latinoamericano que acogió el género tenía que ser México por su vecindad, luego Argentina se convertiría en el epicentro de la región, Chile y Colombia le seguirán en orden de importancia.
Ya hacía falta un documental que atestiguara la historia del rock latinoamericano, y Netflix viene a suplir la ausencia, apenas para ver en esta época atípica de encierros y peste mientras se atraviesa el virus. Así no sea el mejor trabajo, nos da un vasto panorama sobre el género que queremos incluso por encima de nuestra vernácula salsa. Es verdad que se hace énfasis en México, Argentina y Chile, pero por lo menos en el país gaucho el rock si ha sido la música preferida, como nunca sucedió en Colombia.
Si algo une con su gente al género más allá de su natural irreverencia es su “proyecto” político que reclama libertad ante las represiones de los sectores conservadores que en el vecindario han sostenido el poder estatal a punta de sangre y fuego. La dictadura argentina y chilena, por ejemplo, potenciaron al rock que ya venía con el impulso del hippismo, Santaolalla, Charly García, León Gieco o el flaco Spinetta, luego la locura de Soda Stereo, Fito y Calamaro, y más; Los prisioneros o Los Tres en el país austral.
El Tri, Caifanes, Café Tacuba y el gran Molotov en tierra azteca; y por Colombia la agradable sorpresa por el respeto continental que tiene Andrea Echeverry y su Aterciopelados, y el superconcierto del 89 en Bogotá. Faltó Brasil, ni más ni menos, y la escena del metal tampoco tiene presencia en el documental por lo que no se nombran épicas como Héroes del Silencio, Ángeles del Infierno, Barón Rojo y Mago de Oz en España; o Rata Blanca de Argentina, y cómo no Kraken por nuestro país.
El “Rompan todo” no es solo un simple llamado a la anarquía (que en sí no está mal), es una forma de denunciar las arbitrariedades del poder, de la reivindicación de las libertades, y por eso es triste que sonidos vulgares como el del reguetón hoy se impongan. Pero, como bien lo dice Molotov, mientras haya corrupción seguirá existiendo el rock, o más certeramente Gustavo Santaolalla: El rock existe, solo que está hibernando. Y nosotros en el aguante.