La inauguración.
Los juegos dejaron los corses, las fajas, los miriñaques, los ceñidores, las apretaderas y demás sujetadores, las filas, las columnas, las escuadras, las letanías, las procesiones y restantes ortodoxias de la rigidez burguesa, mala copia de los comportamientos palaciegos tan caros a los rezagos de una pretendida nobleza europea, y se mostraron espléndidamente como lo que son, una oportunidad para los regocijos, las travesuras y las fiestas.
Lo que cayó muy mal en los que todavía echan de menos las misas en latín y las bandas marciales con paso de ganso. Fue una magnífica puesta en escena de lo que significa que a París se le conozca como “la Ciudad Luz”, ya que la ciudad, su historia y su cultura, contadas desde la música, las artes visuales, la guasa y el humor, fue la verdadera protagonista de un espectáculo inolvidable.
Nuestro equipo de fútbol femenino. Todavía me emociono con las imágenes que me dejaron nuestras futbolistas en los partidos que disputaron, pero sobre todo, las que me acompañan del partido que igualaron con la selección de España.
No hay que ser un especialista en antropología para entender la enorme diferencia que hay entre unas muchachas nacidas y formadas en medios sociales que garantizan una buena nutrición, un espacio digno y cómodo para desarrollar sus capacidades físicas y cognitivas, y unos recursos económicos acordes con la dura labor que desempeñan, y nuestras jugadoras que su primordial preocupación es como se las arreglan para lograr su sobrevivencia.
Por eso quienes critican lo logrado por este milagroso equipo, pueden saber mucho de manuales futbolísticos, pero carecen de mínimos conceptos en eso que llaman realidad.
Una medalla de plata. Al momento de escribir esta nota, un deportista cucuteño de 17 años, Ángel Barajas, otro extraño milagro, ganó en la barra fija de la gimnasia artística, medalla de plata. Lo celebro.