Se volvió viral el video de un hombre que, al parecer, sorprendió a su esposa o a su compañera sentimental siendo infiel con un supuesto conocido o compañero de labores, en la Policía Nacional, según se desprende de las conversaciones en las imágenes compartidas.
Más allá de señalamientos y moralismos, de clichés y de bromas, esa historia, que parece salida de algunos de los más truculentos libretos de Delia Fiallo o Corín Tellado, nos deja al desnudo como sociedad, pero no por el acto de infidelidad, si es que se cometió, sino por lo que ha sucedido después de que ese video se viralizó en las redes sociales.
Primero, antes de saber realmente qué fue lo que sucedió, muchos y muchas, salieron a señalar, a juzgar, sin darnos cuenta de que cualquiera puede ser objeto de una situación similar o peor. No estoy justificando la infidelidad, ni mucho menos, pero sí fustigo aquellos dedos que apuntan como si se tratara de un juicio extremo de vida o muerte.
En las redes sociales muchos son implacables, escondiéndose detrás de un teclado o de un artefacto digital. Siempre en toda historia, hay un contexto, hay personas, de carne y hueso, que sienten, que lloran, que ríen, que se equivocan, incluso, otras que reconocen sus errores.
Quién nos dice que quien ahora aparentemente es la ‘pobre víctima’, con la publicación del video ´no se convirtió o se transformó en un escarnecedor de primer orden. Si quería que su esposa, exesposa o compañera sentimental, sufriera un escarmiento lo logró y de qué manera.
Solo hizo uso de la tecnología y, eso sí, de una gran y asombrosa capacidad de mantenerse tranquilo, grabando para luego compartir y convertirse en los grandes protagonistas, sin proponérselo, de las redes sociales y de la cotidianidad de millones de personas que ahora ávidas pulsan y ‘hacen click’ en todos aquellos artículos que hablen de la presunta historia de infidelidad más famosa de los últimos tiempos en nuestro país.