La sabiduría popular nos enseña que el maestro no se hace, sino que nace y a decir verdad en el caso de la licenciada Nancy Pérez Londoño, esa premisa se cumple al pie de la letra, pues no cabe duda que su amor por lo que hace es infinito y la pasión con la que habla de su trabajo resulta indescriptible.
Desde hace 27 años inició su caminar en el mundo de la danza y desde hace algo más de 7 se metió en una empresa en la que pocos se atreven, lo que ella no sabía es que se estaba metiendo en algo que la iba a enamorar por completo.
De manera inicial, su labor como maestra de baile lo adelantó con los adultos mayores de Tuluá con quienes recorrió diferentes escenarios logrando el reconocimiento en diferentes escenarios de la región y más allá del Valle.
Descubriendo el amor
En el año 2019 la “profe” Nancy puso en marcha un trabajo que se denominó Sin discapacidad para reír y del mismo hacían parte personas con disca-pacidad auditiva. “En un principio fue muy difícil porque no sabía nada del lenguaje de señas, pero ya empecé a involucrarme con ellos y un mes después comencé con los niños con capacidades diferentes y allí, siempre digo, descubrí el amor más grande del planeta, pues a estos niños yo no les enseño y por el contrario ellos me enseñan cada día con su manera genuina de vivir” dice esta docente que transpira danza por cada uno de sus poros.
Y es que la tarea emprendida por esta profesional es quijotesca pues sus 32 alumnos poseen cuadros de discapacidad leve, otros son más complejos, hay niños Down y otros son autistas. “Cada uno de ellos son un mundo aparte y por ese entendí que mi tarea no se quedaba nada más que en enseñar y nada más, sino convivir con ellos, adaptarme a su realidad y sus entornos” comenta la educadora que ahora está al frente del grupo Danza sin Límites, grupo que dicho de paso se ha convertido en una gran familia y en donde fácilmente cumple los roles de mamá, hermana, amiga y hasta psicóloga. “Hay casos de niños con un comportamiento fuerte que llegan a la clase enojados o llorando y cuando le pregunto a la mamá qué le pasó, la respuesta es un no sé profe, se levantó así y es ahí cuando entro a preguntar qué pasó, porqué está triste y terminan dándome un abrazo y hasta un beso” dice la maestra, quien hace poco regresó de Mistrató (Risaralda) donde sus bailarines fueron ovacionados.
Retos que enseñan
Para Nancy Pérez Londoño, el estar al frente de este grupo de niños con capacidades diferentes es un reto nuevo cada día. “Cuando arranqué en el 2019 con los niños con discacacidad auditiva, la primer barrera fue el lenguaje de señas, pues no sabía nada del tema, eso me obligó a formarme y hoy puedo decir que solo me falta el título que me certifique como intérprete” afirma.
Por estos días Danza sin Límites tiene nuevos integrantes y uno de ellos es un niño autista que no gusta del ruido ni verse rodeado de más gente y verlo hoy compartiendo y bailando con los demás es motivo de profunda emoción para cada uno de los integrantes.
Bailando sin música
Uno de los episodios que más marcó a esta educadora del ritmo tiene que ver con la ocasión en que llegó a una presentación y se le olvidó la pista y pese a esa eventualidad hizo la presentación y cuando terminaron les dijo que lo habían hecho sin música y la sorpresa fue general para todos y ahí comprendió que su tarea iba más allá, pues a ellos les bastó una señal para seguir con la coreografía.
Paciencia y humildad
Al preguntarle qué le ha dejado esta experiencia dice que el haber desarrollado, en toda la extensión de la palabra, la paciencia que se mezcla con el amor. “No cabe la menor duda que yo amo lo que hago, lo disfruto, lo hago con pasión y estos niños me han dado el amor puro y genuino, ese que reconforta el alma en lo más profundo” añade.
Petición especial
Aunque no lo dice abiertamente, es fácil descubrir en sus palabras que este tipo de trabajos deberían tener un poco más de atención por parte del Estado, pues en la mayoría de ocasiones el vestuario, los desplazamientos y demás corren por su cuenta.