El tiempo de las promesas ya pasó. Quedó atrás. Algunos todavía están celebrando, pero quienes tienen un compromiso serio con sus comunidades no se distraen en esos avatares, sino que por el contrario ya están trabajando en lo que se avecina, en la responsabilidad que les asiste desde el próximo 1 de enero.
Llegó el tiempo de las realizaciones, de cumplir compromisos y de que las enormes expectativas se cumplan, o como en el caso de Gobiernos, como el Nacional, en el que muchos fijaron grandes esperanzas, a poco más de un año, solo han tenido largas decepciones.
Esperemos que los próximos mandatarios den la talla. Algunos ya saben a lo que se enfrentan y tienen como un gran aliado la experiencia que les otorga conocer el cargo y, si son sensatos, como se deja entrever en recientes discursos, tomarán cartas para que los errores del pasado no den al traste con sus objetivos primarios, que seguramente apuntan al bienestar y desarrollo de sus respectivas comunidades.
Esperemos que con el mismo fervor con el que en plena campaña buscaban el favor popular, también lo hagan ahora que ya ostentan una curul o el cargo de alcaldes o gobernadores. Y entre aquellos que se quemaron (término popular y despectivo), o mejor, aquellos que no alcanzaron la meta anhelada, sí que se ven desplantes. Algunos ya no saludan, no salen de su casa, no pasan al teléfono y se pierden. Hay varios ya reseñados, que parecieran estar en sintonía con los 29 de febrero, porque solo se les ve la cara cada cuatro años o cada dos años, cuando hay elecciones sean locales o de carácter nacional.
Capítulo aparte merece el nuevo Concejo de Tuluá y esta vez sí que es novedoso, porque por lo menos tendrá 12 caras nuevas, mínimo. Algunos de ellos con bastante juventud, inexpertos en las lides edilicias, pero tal vez, estudiosos. Así que todavía tienen el tiempo suficiente para empaparse de sus funciones, para aterrizar la responsabilidad que los asiste. Que no sean una simple caja resonante en el edificio de la corporación, sino que tomen la vocería en favor de su ciudad en cada decisión que tengan en frente. No es fácil, pero tampoco imposible.
Así que ¡buen viento y buena mar!