Un año sin Petro. Debo admitir que fui un admirador de Gustavo Petro en su papel como congresista y seguí con detenimiento muchas de sus intervenciones. Me llamó siempre la atención su capacidad para debatir, las denuncias de la parapolítica y dejar evidencia los casos de corrupción de las grandes empresas y empresarios del país que, en contubernio con la clase dirigente, se adueñó de billones de pesos del erario.
Debo decir que lo imaginaba como presidente y proyectaba que su verticalidad y la honestidad de la que hablaba a boca llena serían la ruta ideal para encaminar el país por la senda del desarrollo integral.
Pero tras una primera contienda electoral empecé a notar sus posturas extremistas como opositor del gobierno de turno y su fragilidad y casi complacencia frente a lo que pasaba en Venezuela y Nicaragua, me fueron desencantando paulatinamente y la idealización que había empezado a tomar forma en mi mente me llevaron de manera rápida a la incredulidad.
Por esa razón, en la pasada contienda electoral, opté por sumarme a los ciudadanos que fuimos a las urnas a votar en blanco, pues ni Petro ni el viejito de Bucaramanga me representaban.
Creo que el tiempo me está dando la razón y no tengo ni un asomo de arrepentimiento de haber marcado con la X la casilla que nos da la democracia cuando las respuestas no nos convencen ni llenan nuestras expectativas.
Doce meses después veo a un Gustavo Petro desencajado, con discursos llenos de palabras, yendo de un pías a otro con la gobernanza en el congreso hecha trizas y con un plan de desarrollo que nos habla de Colombia Potencia Mundial de la vida mientras que la sangre de policías y soldados sigue corriendo y el temor se está volviendo generalizado en todos los sectores y la inestabilidad de la economía no permite creer en el país de leche y miel que nos pintó el 20 de julio. Un año sin Petro en el Congreso, allí si lo extraño.